domingo, 10 de mayo de 2020

No aprendemos hasta que no nos toca muy de cerca



Cuando veo la respuesta que han dado los países asiáticos, tanto a nivel de sus gobernantes, como a nivel de sociedad, a la pandemia de Covid-19, y lo comparo con lo que estamos haciendo en Europa y América, me pregunto cómo es posible que seamos los occidentales los que hemos dominado el mundo desde hace siglos.

Corea del Sur, país de 52 millones de habitantes, ha conseguido contener la epidemia, incluido un enorme brote de miles de personas. Su receta de diagnóstico masivo, y rastreo de contactos de casos confirmados, aún no ha sido copiada por ningún país occidental.

Taiwan, con 24 millones de habitantes y cuyo primer caso se reportó el 21 de Enero, estableció un impresionante sistema de cuarentena, con más de 100 draconianas medidas de confinamiento. Se podría esperar que Taiwan sufriera un brote masivo, debido a su proximidad y estrechos vínculos con China. Sin embargo, a día de hoy (10 de Mayo) está clasificado en el puesto 123 del mundo, con tan sólo 440 casos, y 6 muertos por Covid-19.

La rápida y contundente respuesta a la epidemia es digna de estudio también en países como Singapur, Japón, Tailandia, e incluso en China. Los países más cercanos al foco de la pandemia son, sorprendentemente, los menos castigados, mientras la impresionante cifra de muertos y el devastador efecto en la economía de las medidas de confinamiento prolongado azota a los países del otro lado del globo. Los países del primer mundo nos miramos sorprendidos, y nos preguntamos ¿cómo hemos podido ser tan estúpidos?  
¿Cómo es posible que hayamos sido nosotros los que hayamos dominado el mundo, e impuesto nuestras normas a toda la población del planeta, durante tantos siglos?  

Esta pregunta se trata en profundidad en el libro “Armas, gérmenes y acero”  del geógrafo y biólogo Jared Diamond.

Según el autor, fue una cuestión de suerte, el resultado de una serie de circunstancias ecológicas favorables que, desde el neolítico, hace unos 10.000 años, desencadenaron el proceso que convirtió en prácticamente inevitable el éxito de unas poblaciones sobre otras. Nada que ver con la superioridad de una raza sobre otra. Más bien tuvo que ver con cosas mucho más mundanas, como la disposición de los continentes.

Así pues, la tesis principal del autor es que Eurasia, por su mayor extensión en su eje horizontal (este-oeste), contenía la mayor variedad de especies vegetales y animales susceptibles a ser domesticadas. Así mismo, el eje este-oeste de Eurasia otorga una mayor uniformidad climática (el clima es más estable en una misma latitud, como por ejemplo en Italia, en España y en Grecia) permitiendo una rápida expansión de avances como la agricultura o la ganadería.
Este no fue el caso en América y África, pues la mayor extensión en esos continentes son en los ejes verticales (norte-sur).

Uno de los factores más inesperados de este éxito, que llevó a los europeos a colonizar África, y a descubrir América (y no al revés) es la facilidad con la que los animales de nuestro entorno fueron domesticados. 
Un animal salvaje, para que pueda ser domesticado, debe ser suficientemente dócil, sumiso a los humanos, barato de alimentar e inmune a las enfermedades, y debe crecer con rapidez y reproducirse bien en cautividad. Las vacas, las ovejas, las cabras, los caballos y los cerdos autóctonos de Eurasia fueron algunas de las contadas especies de grandes animales salvajes del mundo que superaron todas esas pruebas. Sus equivalentes africanos nunca han sido domesticados, ni siquiera en épocas modernas. Ni una sola de las especies de grandes mamíferos salvajes por los que África es famosa y que la habitan en tan gran abundancia, pasó a la lista de nuestros animales domésticos: cebras y ñúes, rinocerontes e hipopótamos, jirafas y búfalos. Esto estuvo tan cargado de implicaciones que tuvo consecuencias fundamentales para la historia africana y europea.
Es cierto, desde luego, que algunos grandes mamíferos africanos han sido domados ocasionalmente. Aníbal incorporó elefantes africanos domados en su fallida guerra contra Roma, y es posible que los egipcios de la antigüedad domasen jirafas y otras especies. Pero ninguno de estos animales domados fue domesticado realmente; es decir, reproducido selectivamente en cautividad y modificado genéticamente para hacerlo más útil para el ser humano. Si los rinocerontes y los hipopótamos africanos hubieran sido domesticados y utilizados como cabalgaduras, no sólo habrían nutrido a los ejércitos, sino que también habrían constituido una caballería incontenible para abrirse camino por entre las filas de los jinetes europeos. Ejércitos zulúes, con tropas de choque bantúes montadas en rinocerontes, podrían haber derrotado al Imperio romano. Y la historia habría sido muy diferente desde entonces. Pero esto nunca sucedió.

Gracias, estimados elefantes, hipopótamos, y rinocerontes, por no haber sido suficientemente dóciles.  Os debemos un favor muy grande.


Si la dominación del mundo ha sido una cuestión de suerte hasta ahora, no veo por qué va a cambiar en el futuro.  No sabemos quién va a dominar el mundo en los próximos siglos, pero puede que sea gracias a factores que nadie habría imaginado ahora mismo.  Como los que estamos viviendo ahora mismo.

En los próximos meses, años, o incluso décadas, vamos a sufrir los efectos de esta terrible pandemia. Estamos ahora mismo viviendo lo que sin duda se trata de un evento que cambiará la Historia de nuestra civilización.  

El mundo, tal y como lo conocíamos a inicios de 2020, no volverá a ser el mismo. Aún si conseguimos superar esta pandemia, y no caer en el Apocalipsis, el nuevo mundo, la nueva normalidad, será muy diferente en muchos aspectos a la antigua.
Lo que nos ha demostrado este pequeño virus es que los humanos no aprendemos hasta que no vivimos algo en nuestras propias carnes, o por lo menos hasta que no nos cae muy, muy cerquita. Al principio esto era un problema de China, y con lo lejos que estaba, no nos preocupaba mucho más que el partido del Domingo de nuestro equipo favorito. Cuando vimos que nuestros vecinos italianos estaban empezando a tener un problemón, no nos dimos por aludidos, porque España no es Italia (qué ilusos, somos pueblos hermanos, tan parecidos que nos podemos comunicar cada uno en nuestra lengua, incluso nos entendemos muchas veces sin hablar, porque pensamos igual en muchas cosas). Cuando aquí estábamos teniendo un crecimiento exponencial de casos, prácticamente paralelo al de los italianos, los ingleses no se lo quisieron creer. Cuando su primer ministro, después de haber pasado por la UCI, y haber estado cerca de la muerte, pidió a sus ciudadanos que respetaran las normas de confinamiento que él mismo rechazaba unas semanas antes, el presidente de Estados Unidos aún negaba la gravedad de la situación.  Y así todo.
Multitud de dirigentes de multitud de países no se lo vieron venir.  Aunque parezca increíble.  Como si tener un cierto pasaporte te diera inmunidad frente a este virus.


Y lo peor de todo es que ya deberíamos haber estado prevenidos.  Recordemos que este virus se llama SARS-CoV-2.  Hubo un primer coronavirus SARS. En 2003.

Esta pandemia global fue un primer aviso.  Después de dejar en evidencia cómo un pequeño virus puede extenderse de manera fulminante alrededor de todo el mundo, y de poner en jaque a todos los países que tuvieron casos, de repente, desapareció.

Extracto del documental "Explained - The Next Pandemic". Emitido el 07/11/2019


Nadie sabe por qué pasó eso.  Lo que está claro es que no lo vencimos nosotros.  El siguiente virus podría ser peor, podría ser más silencioso, podría ser contagioso durante más tiempo en enfermos no sintomáticos, lo que haría mucho más difícil su contención; podría extenderse a muchos más países, y a mucha más población en el mundo.  Podría hacer que las medidas de contención necesarias fueran tan severas que destruyeran las economías de los países que llegaran demasiado tarde a tomarlas.

Honestamente, creo que los países asiáticos no están conteniendo mejor el SARS-CoV-2 por su carácter más disciplinado, ni por su inversión en nuevas tecnologías, ni por la valía de sus dirigentes.   Ha sido una cuestión de suerte.  Este virus, muy parecido al anterior, ha surgido también en China.  Los países de su entorno recuerdan perfectamente lo terrorífico que fue el primero.  Los dirigentes aprendieron de las cosas que no se hicieron bien, y la población ha entendido enseguida que había que hacer lo necesario.  A los países occidentales simplemente nos pilló demasiado lejos aquel virus de 2003. El virus SARS desapareció demasiado pronto para que nosotros también tomáramos nota de lo peligroso que podía ser un nuevo brote. En 2003 lo vimos como un problema de los chinos, que había afectado casi únicamente a los países de su alrededor.  Estábamos preocupados por otras cosas. Sólo unos pocos, como Bill Gates, nos advertían de que la próxima nos iba a pillar desprevenidos, que no habíamos hecho nada, que siempre lo dejábamos para mañana.  


Y el mañana llegó.  Y nos golpeó fuerte, muy fuerte. Ahora ya hemos aprendido, porque nos ha tocado cerca, muy cerca.  Ya no nos burlamos de los orientales que van con mascarilla por la calle. Ya no nos extraña que nuestros datos, esos que regalamos a compañías privadas para que nos bombardeen con publicidad, puedan ser usados también, ¿por qué no?, por nuestros gobiernos para hacer seguimiento de posibles contagiados y sus contactos.


Aunque quizás hemos aprendido demasiado tarde.  Quizás las potencias mundiales de este siglo ya no vayan a ser las potencias occidentales. Quizás los que dominen el mundo las próximas décadas son los países que mejor y más rápido tomaron decisiones durante las primeras semanas de 2020.

Quizás todo esto no tiene que ver con la estructura de las sociedades asiáticas, y el carácter de sus poblaciones, sino que es cuestión de suerte.  Suerte de que los humanos no aprendemos de las desgracias, a no ser que algo nos toque realmente cerca.


Revista médica británica The Lancet. 06/03/2020