jueves, 6 de agosto de 2020

Inteligencia Artificial. ¿La rebelión de las máquinas?





La inteligencia artificial se encuentra en nuestros días en un proceso de aceleración difícil de imaginar. La mente humana no está preparada para entender lo que supone un crecimiento exponencial.  Cuando se quiere intentar explicar, casi siempre se recurre a la leyenda del tablero de ajedrez y los granos de trigo
En cada casilla del tablero, el doble de granos de trigo en la casilla anterior. No parece mucho, si piensas en cómo aumenta el número en las primeras casillas del tablero. Pero el aumento se vuelve monstruoso conforme pasas a la segunda mitad del tablero. 
En la última casilla deberíamos ser capaces de conseguir amontonar nada menos que unos 9.000.000.000.000.000.000 (sí, nueve trillones de granos de trigo, 2^63, en una sola casilla), más luego todo lo anterior.  Inimaginable.

Recientemente hemos tenido que acostumbrarnos a series numéricas en crecimiento exponencial, como la de contagios por Covid-19. Afortunadamente, la fase exponencial de la curva ha durado muy poco tiempo, porque todos hemos sentido la angustia de ver cómo se doblaban los casos, o lo que es peor, las muertes, cada 2 o 3 días.

Pues la inteligencia artificial sigue el mismo patrón.  Y además, lo está haciendo desde hace más de medio siglo.

Tratar de explicar la inteligencia artificial es algo difícil, porque envuelve a varias tecnologías: la robótica, la capacidad de procesamiento, los algoritmos, el machine learning, etc.
Para intentar resumirlo, voy a recurrir a la famosa Ley de Moore, y al lanzamiento del iPhone en 2007.

La Ley de Moore expresa que aproximadamente cada dos años se duplica la capacidad de procesamiento en un microprocesador. Como lo del tablero de ajedrez, sólo que lleva ocurriendo desde aproximadamente desde 1965.  Estamos en la segunda mitad del tablero, y los aumentos de capacidad son ya enormes. 



Cada vez podemos meter más transistores (que son los que dan la capacidad de procesamiento) dentro del microprocesador. Actualmente los transistores tienen ya una escala de entre menos de 3 nanómetros (unas 30.000 veces más fino que un cabello humano, y en la misma escala que el ADN humano, de 2,5 nanómetros).

Estos avances en la miniaturización y en el aumento de potencia hicieron posible el segundo hito de la tecnología actual, el momento en el que cambió todo: 2007. Cuando Apple (e inmediatamente después todos los demás) lanzó al mercado el primer smartphone. Eso puso el mundo entero literalmente en nuestras manos, y sirvió de semilla a todas las revoluciones tecnológicas que estamos viviendo de manera simultánea.
Para no alargarme mucho, y no desviarme, os digo que todo esto está maravillosamente desarrollado en el libro “Thank you for being late” de Thomas Friedman, del que os dejo un resumen en el enlace.


Volviendo a la inteligencia artificial, hay que tener en cuenta que  la capacidad de procesamiento está aumentando de manera tan brutal, por estar ya en la segunda mitad del tablero, que está permitiendo que todas las tecnologías necesarias para crear una inteligencia artificial avanzada estén progresando espectacularmente.

Pero, ¿superará una inteligencia artificial alguna vez al ser humano?  La respuesta a esta pregunta no es sí o no, la respuesta es “por supuesto que sí, pero ¿cuándo?”

Para ilustrar esto vemos este sencillo diagrama. En la parte superior hemos hecho una escala entre la inteligencia humana más limitada, el tonto del pueblo, y la mayor inteligencia humana imaginable (Albert Einstein, o cualquier otro que sea vuestro referente).


Luego, en la parte inferior, hemos reducido la escala para poder ver hasta dónde puede llegar la inteligencia artificial. 

Si empezamos mucho antes de la inteligencia humana, con muchísimo esfuerzo hemos conseguido ya reproducir una inteligencia similar a la de un ratón, capaz por ejemplo de encontrar la salida de un laberinto, y recordar el camino más adelante; dentro de poco tiempo, y con muchísimo esfuerzo más, seremos capaces de simular la inteligencia de un chimpancé, nuestro pariente más cercano; enseguida llegaremos al nivel de inteligencia del tonto del pueblo, pero es que en un abrir y cerrar de ojos llegaremos a superar la mayor inteligencia humana imaginable. 

Y esto no se detendrá allí, las inteligencias artificiales tienen varias ventajas sobre nosotros, entre otras que no están limitadas por el tamaño de las neuronas, ni siquiera por el tamaño de nuestro cerebro (hay que tener en cuenta que nuestro cerebro tiene que caber dentro de nuestro cráneo, mientras que para una I.A. no tiene por qué existir esa limitación).

Dentro de un tiempo, no sabemos cuánto, la inteligencia artificial llegará a un punto llamado  la singularidad,  que es un concepto casi filosófico, pero se puede resumir en que será cuando la I.A. tome verdadera conciencia de su propia existencia, sea capaz de autorreplicarse y automejorarse, y consiga la independencia total del ser humano.


Y aquí viene la pregunta que llevo haciéndome desde hace años: ¿qué hará la inteligencia artificial entonces?

A pesar de estar preocupado como el que más, me da la sensación que el imaginario colectivo, animado por las super producciones cinematográficas de ciencia ficción, lo trata de una manera muy simplista.  

Resumiendo mucho:

Terminator: La archifamosísima Skynet, de diferentes maneras que han ido modernizándose con las diferentes películas, para adaptarlas a los tiempos, adquiere conciencia, e inmediatamente después decide que debe destruir a todos los humanos. 
Un momento, ¿QUÉ??  ¿Sólo se le ocurre eso? ¿y por qué?  
Vale que merezcamos la extinción, pero no entiendo qué cálculos le pueden llevar a esa inteligencia artificial a concluir que merece la pena iniciar una guerra total con la especie más poderosa del planeta, ni qué beneficios tendría eliminar a esa especie para su supervivencia futura.  Skynet, eres un poco resentida, ¿no?

Matrix: un poco más elaborado. Sin entrar mucho en cómo llega a ese razonamiento, la I.A. que adquiere conciencia también llega a la conclusión de que debe librarse de los humanos, aunque decide que en vez de eliminarlos los puede utilizar como fuente de energía, y para eso les crea una simulación en la que los humanos pasan la vida sin darse cuenta de que sólo son simples baterías. ¿Cómo?? Mira que me gusta Matrix, pero como concepto no se aguanta por ningún lado. ¿No se le podría haber ocurrido otra forma más sencilla de conseguir energía?

Yo, Robot: aumentamos algo más la complejidad. Los humanos hemos creado a los robots, y en previsión de que se vuelvan contra nosotros les hemos instalado una programación que nos protege, las tres Leyes de la Robótica. A pesar de lo perfecto de la combinación de las tres leyes, cuya eficacia y contradicciones su creador Isaac Asimov se dedicó a probar infinidad de veces en sus libros, la I.A. toma conciencia de que no nos puede dejar solos, porque vamos camino de auto destruirnos. Así que toma el control (o al menos lo intenta), con la intención de someternos a lo que imagino que iba a ser un régimen totalitario robótico, todo con la intención de protegernos, por supuesto.

Hasta ahora vamos mal: o nos destruyen totalmente (a menos que encontremos a Sarah Connor, y la protejamos), o nos convierten en pilas (a menos que Neo elija la pastilla roja), o nos someten a su robótica voluntad (a menos que Will Smith lo impida).
Pero no puede ser todo tan radical.  
¿Habrá alguna forma de que una inteligencia artificial fuerte (que haya llegado a la singularidad) pueda convivir con los humanos en paz y de forma que ambos salgamos beneficiados? 
Hay unas cuantas películas que han tratado este tema, de una manera menos apocalíptica y más profunda que las que hemos visto hasta ahora, y que trataré más adelante.  ¡Gracias por llegar hasta aquí!







domingo, 10 de mayo de 2020

No aprendemos hasta que no nos toca muy de cerca



Cuando veo la respuesta que han dado los países asiáticos, tanto a nivel de sus gobernantes, como a nivel de sociedad, a la pandemia de Covid-19, y lo comparo con lo que estamos haciendo en Europa y América, me pregunto cómo es posible que seamos los occidentales los que hemos dominado el mundo desde hace siglos.

Corea del Sur, país de 52 millones de habitantes, ha conseguido contener la epidemia, incluido un enorme brote de miles de personas. Su receta de diagnóstico masivo, y rastreo de contactos de casos confirmados, aún no ha sido copiada por ningún país occidental.

Taiwan, con 24 millones de habitantes y cuyo primer caso se reportó el 21 de Enero, estableció un impresionante sistema de cuarentena, con más de 100 draconianas medidas de confinamiento. Se podría esperar que Taiwan sufriera un brote masivo, debido a su proximidad y estrechos vínculos con China. Sin embargo, a día de hoy (10 de Mayo) está clasificado en el puesto 123 del mundo, con tan sólo 440 casos, y 6 muertos por Covid-19.

La rápida y contundente respuesta a la epidemia es digna de estudio también en países como Singapur, Japón, Tailandia, e incluso en China. Los países más cercanos al foco de la pandemia son, sorprendentemente, los menos castigados, mientras la impresionante cifra de muertos y el devastador efecto en la economía de las medidas de confinamiento prolongado azota a los países del otro lado del globo. Los países del primer mundo nos miramos sorprendidos, y nos preguntamos ¿cómo hemos podido ser tan estúpidos?  
¿Cómo es posible que hayamos sido nosotros los que hayamos dominado el mundo, e impuesto nuestras normas a toda la población del planeta, durante tantos siglos?  

Esta pregunta se trata en profundidad en el libro “Armas, gérmenes y acero”  del geógrafo y biólogo Jared Diamond.

Según el autor, fue una cuestión de suerte, el resultado de una serie de circunstancias ecológicas favorables que, desde el neolítico, hace unos 10.000 años, desencadenaron el proceso que convirtió en prácticamente inevitable el éxito de unas poblaciones sobre otras. Nada que ver con la superioridad de una raza sobre otra. Más bien tuvo que ver con cosas mucho más mundanas, como la disposición de los continentes.

Así pues, la tesis principal del autor es que Eurasia, por su mayor extensión en su eje horizontal (este-oeste), contenía la mayor variedad de especies vegetales y animales susceptibles a ser domesticadas. Así mismo, el eje este-oeste de Eurasia otorga una mayor uniformidad climática (el clima es más estable en una misma latitud, como por ejemplo en Italia, en España y en Grecia) permitiendo una rápida expansión de avances como la agricultura o la ganadería.
Este no fue el caso en América y África, pues la mayor extensión en esos continentes son en los ejes verticales (norte-sur).

Uno de los factores más inesperados de este éxito, que llevó a los europeos a colonizar África, y a descubrir América (y no al revés) es la facilidad con la que los animales de nuestro entorno fueron domesticados. 
Un animal salvaje, para que pueda ser domesticado, debe ser suficientemente dócil, sumiso a los humanos, barato de alimentar e inmune a las enfermedades, y debe crecer con rapidez y reproducirse bien en cautividad. Las vacas, las ovejas, las cabras, los caballos y los cerdos autóctonos de Eurasia fueron algunas de las contadas especies de grandes animales salvajes del mundo que superaron todas esas pruebas. Sus equivalentes africanos nunca han sido domesticados, ni siquiera en épocas modernas. Ni una sola de las especies de grandes mamíferos salvajes por los que África es famosa y que la habitan en tan gran abundancia, pasó a la lista de nuestros animales domésticos: cebras y ñúes, rinocerontes e hipopótamos, jirafas y búfalos. Esto estuvo tan cargado de implicaciones que tuvo consecuencias fundamentales para la historia africana y europea.
Es cierto, desde luego, que algunos grandes mamíferos africanos han sido domados ocasionalmente. Aníbal incorporó elefantes africanos domados en su fallida guerra contra Roma, y es posible que los egipcios de la antigüedad domasen jirafas y otras especies. Pero ninguno de estos animales domados fue domesticado realmente; es decir, reproducido selectivamente en cautividad y modificado genéticamente para hacerlo más útil para el ser humano. Si los rinocerontes y los hipopótamos africanos hubieran sido domesticados y utilizados como cabalgaduras, no sólo habrían nutrido a los ejércitos, sino que también habrían constituido una caballería incontenible para abrirse camino por entre las filas de los jinetes europeos. Ejércitos zulúes, con tropas de choque bantúes montadas en rinocerontes, podrían haber derrotado al Imperio romano. Y la historia habría sido muy diferente desde entonces. Pero esto nunca sucedió.

Gracias, estimados elefantes, hipopótamos, y rinocerontes, por no haber sido suficientemente dóciles.  Os debemos un favor muy grande.


Si la dominación del mundo ha sido una cuestión de suerte hasta ahora, no veo por qué va a cambiar en el futuro.  No sabemos quién va a dominar el mundo en los próximos siglos, pero puede que sea gracias a factores que nadie habría imaginado ahora mismo.  Como los que estamos viviendo ahora mismo.

En los próximos meses, años, o incluso décadas, vamos a sufrir los efectos de esta terrible pandemia. Estamos ahora mismo viviendo lo que sin duda se trata de un evento que cambiará la Historia de nuestra civilización.  

El mundo, tal y como lo conocíamos a inicios de 2020, no volverá a ser el mismo. Aún si conseguimos superar esta pandemia, y no caer en el Apocalipsis, el nuevo mundo, la nueva normalidad, será muy diferente en muchos aspectos a la antigua.
Lo que nos ha demostrado este pequeño virus es que los humanos no aprendemos hasta que no vivimos algo en nuestras propias carnes, o por lo menos hasta que no nos cae muy, muy cerquita. Al principio esto era un problema de China, y con lo lejos que estaba, no nos preocupaba mucho más que el partido del Domingo de nuestro equipo favorito. Cuando vimos que nuestros vecinos italianos estaban empezando a tener un problemón, no nos dimos por aludidos, porque España no es Italia (qué ilusos, somos pueblos hermanos, tan parecidos que nos podemos comunicar cada uno en nuestra lengua, incluso nos entendemos muchas veces sin hablar, porque pensamos igual en muchas cosas). Cuando aquí estábamos teniendo un crecimiento exponencial de casos, prácticamente paralelo al de los italianos, los ingleses no se lo quisieron creer. Cuando su primer ministro, después de haber pasado por la UCI, y haber estado cerca de la muerte, pidió a sus ciudadanos que respetaran las normas de confinamiento que él mismo rechazaba unas semanas antes, el presidente de Estados Unidos aún negaba la gravedad de la situación.  Y así todo.
Multitud de dirigentes de multitud de países no se lo vieron venir.  Aunque parezca increíble.  Como si tener un cierto pasaporte te diera inmunidad frente a este virus.


Y lo peor de todo es que ya deberíamos haber estado prevenidos.  Recordemos que este virus se llama SARS-CoV-2.  Hubo un primer coronavirus SARS. En 2003.

Esta pandemia global fue un primer aviso.  Después de dejar en evidencia cómo un pequeño virus puede extenderse de manera fulminante alrededor de todo el mundo, y de poner en jaque a todos los países que tuvieron casos, de repente, desapareció.

Extracto del documental "Explained - The Next Pandemic". Emitido el 07/11/2019


Nadie sabe por qué pasó eso.  Lo que está claro es que no lo vencimos nosotros.  El siguiente virus podría ser peor, podría ser más silencioso, podría ser contagioso durante más tiempo en enfermos no sintomáticos, lo que haría mucho más difícil su contención; podría extenderse a muchos más países, y a mucha más población en el mundo.  Podría hacer que las medidas de contención necesarias fueran tan severas que destruyeran las economías de los países que llegaran demasiado tarde a tomarlas.

Honestamente, creo que los países asiáticos no están conteniendo mejor el SARS-CoV-2 por su carácter más disciplinado, ni por su inversión en nuevas tecnologías, ni por la valía de sus dirigentes.   Ha sido una cuestión de suerte.  Este virus, muy parecido al anterior, ha surgido también en China.  Los países de su entorno recuerdan perfectamente lo terrorífico que fue el primero.  Los dirigentes aprendieron de las cosas que no se hicieron bien, y la población ha entendido enseguida que había que hacer lo necesario.  A los países occidentales simplemente nos pilló demasiado lejos aquel virus de 2003. El virus SARS desapareció demasiado pronto para que nosotros también tomáramos nota de lo peligroso que podía ser un nuevo brote. En 2003 lo vimos como un problema de los chinos, que había afectado casi únicamente a los países de su alrededor.  Estábamos preocupados por otras cosas. Sólo unos pocos, como Bill Gates, nos advertían de que la próxima nos iba a pillar desprevenidos, que no habíamos hecho nada, que siempre lo dejábamos para mañana.  


Y el mañana llegó.  Y nos golpeó fuerte, muy fuerte. Ahora ya hemos aprendido, porque nos ha tocado cerca, muy cerca.  Ya no nos burlamos de los orientales que van con mascarilla por la calle. Ya no nos extraña que nuestros datos, esos que regalamos a compañías privadas para que nos bombardeen con publicidad, puedan ser usados también, ¿por qué no?, por nuestros gobiernos para hacer seguimiento de posibles contagiados y sus contactos.


Aunque quizás hemos aprendido demasiado tarde.  Quizás las potencias mundiales de este siglo ya no vayan a ser las potencias occidentales. Quizás los que dominen el mundo las próximas décadas son los países que mejor y más rápido tomaron decisiones durante las primeras semanas de 2020.

Quizás todo esto no tiene que ver con la estructura de las sociedades asiáticas, y el carácter de sus poblaciones, sino que es cuestión de suerte.  Suerte de que los humanos no aprendemos de las desgracias, a no ser que algo nos toque realmente cerca.


Revista médica británica The Lancet. 06/03/2020 



domingo, 15 de marzo de 2020

Leer en caso de Apocalipsis

"El mundo tal como lo conocemos ha llegado a su fin.

Una cepa particularmente virulenta del coronavirus humano SARS* finalmente rompió la barrera de la especie y logró dar el salto a huéspedes humanos, o puede que hubiera sido deliberadamente propagada en un acto de bioterrorismo. El contagio se extendió con devastadora rapidez en esta era moderna de ciudades densamente pobladas y viajes aéreos intercontinentales, y mató a una importante proporción de la población mundial antes de que pudieran implementarse cualesquiera medidas de inmunización o siquiera órdenes de cuarentena eficaces."


Aunque parezca increíble, este es exactamente el inicio de un libro llamado “Abrir en caso de Apocalipsis” Escrito por Lewis Dartnell en 2014.


Antes de continuar quiero dejar claro que la situación actual (hoy, 15 de Marzo de 2020, después de decretar el estado de alarma, el gobierno ha decretado unas medidas de confinamiento forzoso a toda la población española, ante el exponencial aumento de casos de la enfermedad COVID-19, causada por un coronavirus humano, el SARS-Cov-2) no es tan preocupante como para pensar que estamos ante un escenario ni tan siquiera parecido al descrito en estas primeras líneas.  Hay muchas evidencias de que el virus actual puede ser frenado con medidas como estas, medidas sin precedentes y muy duras para la población y para la economía, pero que sin duda serán efectivas.
Estoy convencido que dentro de unos meses, cuando hayamos recuperado nuestra vida normal, volveremos a estar preocupados por cosas mucho más triviales y recordaremos este episodio con una mezcla de miedo, por si se puede repetir, y orgullo, por cómo nos hemos unido todos en la lucha contra este enemigo microscópico.


Pero…


Pero cualquiera que sepa algo de epidemias sabe que lo más peligroso de los virus es que mutan constantemente, a una velocidad que no somos capaces ni siquiera de asimilar ni comprender.  Una simple y catastrófica mutación del actual virus, podría llevarnos a un escenario mucho más terrorífico.



Volvamos al libro de Dartnell. Mientras que el dramático escenario favorecido por numerosas películas y novelas postapocalípticas tiene su inicio en el desmoronamiento de la civilización industrial y el orden social, obligando a los supervivientes a entregarse a una lucha cada vez más frenética por los decrecientes recursos, el escenario en el que se centra este libro es el inverso: una despoblación repentina y extrema que deja intacta la infraestructura material de nuestra civilización tecnológica. La mayor parte de la humanidad ha sido borrada del mapa, pero todo el material sigue estando ahí. 

Lo terrorífico de las predicciones de este libro, y la precisión con las que las detalla, viene ahora: “Para llegar a este escenario, la mejor manera de que acabe el mundo estaría en manos de una pandemia que se propagara con rapidez. La tormenta perfecta viral es un contagio que combine una virulencia agresiva, un largo período de incubación y una mortalidad de casi el ciento por ciento. De ese modo, el agente del apocalipsis resulta extremadamente infeccioso entre individuos, tarda un tiempo en hacer visible la enfermedad (lo que maximiza el acervo de huéspedes posteriores que son infectados), pero al final termina en una muerte segura.”


Bueno, si has llegado hasta aquí, en este relato de terror, estás de enhorabuena, a partir de ahora vienen las buenas noticias.

El mundo tal como lo conocemos ha llegado a su fin. La pregunta crucial es: ¿y ahora qué? 
Imagina que eres uno de los pocos supervivientes de la aniquilación casi total de nuestra civilización. No te dejes caer en la desesperación. El escenario descrito hasta ahora concede a los supervivientes un período de gracia para adaptarse.

Una vez que los supervivientes hayáis asumido vuestra difícil situación —el hundimiento de toda la infraestructura que previamente sustentaba vuestras vidas—, ¿qué podéis hacer para resurgir de vuestras cenizas y aseguraros de prosperar a largo plazo? ¿Qué conocimiento necesitarían para recuperarse lo más rápidamente posible?

El libro es una guía para supervivientes. Un libro no solo preocupado por mantener viva a la gente en las semanas posteriores al apocalipsis —sobre eso ya se han escrito abundantes manuales sobre habilidades de supervivencia—, sino que enseña cómo orquestar la reconstrucción de una civilización tecnológicamente avanzada.

El problema principal es que las personas que vivimos en los países desarrollados nos hemos desconectado de los procesos de la civilización que las sustentan. A nivel individual, somos asombrosamente ignorantes hasta de los aspectos básicos de la producción de alimentos, alojamiento, ropa, medicinas, materiales o sustancias vitales. Nuestras habilidades de supervivencia se han atrofiado hasta el punto de que una gran parte de la humanidad sería incapaz de sustentarse si fallara el sistema de soporte vital de la civilización moderna, si dejara de aparecer por arte de magia comida en las estanterías de las tiendas, o ropa en las perchas, o wifi en nuestras casas. Para poder sobrevivir en un mundo postapocalíptico habría que retroceder en el tiempo y volver a aprender todas esas habilidades esenciales.
Cada una de las piezas de tecnología moderna que damos por sentadas requiere una enorme red de soporte de otras tecnologías. A la primera generación nacida tras la Caída los mecanismos internos de un simple smartphone moderno le resultarían inescrutables. En un primer momento, el problema sería que la milagrosa tecnología que nos puede salvar no pertenecería a algún ser alienígena procedente de las estrellas, sino a una generación de nuestro propio pasado.
Hasta los objetos cotidianos de nuestra civilización que no son especialmente productos de alta tecnología siguen requiriendo una serie de materias primas que deben extraerse de minas u obtenerse de otras formas y procesarse en plantas especializadas, para luego ensamblar sus diversos componentes en una instalación fabril. Y todo ello, a su vez, depende de centrales eléctricas y del transporte de larga distancia. No hay ninguna persona en la faz de la Tierra que tenga por sí sola la capacidad y los recursos necesarios para hacer siquiera el más sencillo de los instrumentos.

Obviamente, incluso en uno de los escenarios apocalípticos extremos, los grupos de supervivientes no tendrían que hacerse autosuficientes de manera inmediata.  De hecho, los pequeños grupos de supervivientes podrían vivir con bastante comodidad en la época inmediatamente posterior al apocalipsis. Durante un tiempo, la civilización podría seguir avanzando por la inercia de su propio impulso. Los supervivientes se encontrarían rodeados por una rica variedad de recursos a su libre disposición: un abundante Jardín del Edén.

Pero ese Jardín se pudriría.

El alimento, la ropa, las medicinas, la maquinaria y otras tecnologías inexorablemente se descompondrían, se estropearían, se deteriorarían y se degradarían con el tiempo. Los supervivientes solo contarían con un período de gracia. Con el desplome de la civilización y la repentina detención de procesos clave —obtención de materias primas, refinado y fabricación, transporte y distribución—, el reloj de arena se invertiría y su contenido se iría agotando de manera incesante.

El problema más profundo que afrontarían los supervivientes es que el conocimiento humano es colectivo y está distribuido entre toda la población. Ningún individuo sabe lo bastante para mantener en marcha los procesos vitales de la sociedad. La tecnología más visible que utilizamos diariamente es solo la punta de un enorme iceberg, no solo en el sentido de que se basa en una gran red fabril y organizativa que sustenta la producción, sino también porque representa el legado de una larga historia de avances y desarrollos. Entonces, ¿adónde acudirían los supervivientes? Sin duda quedaría una gran cantidad de información en los libros que acumulan polvo en las estanterías de las bibliotecas, librerías y hogares ahora desiertos. El problema de este conocimiento, sin embargo, es que no se presenta de una manera apropiada para ayudar a una sociedad naciente, o a un individuo sin formación especializada. gran parte de la rica variedad de nuevos conocimientos generados año tras año, incluidos los que yo y otros científicos producimos y consumimos en nuestra propia investigación, no quedan registrados en absoluto en ningún medio duradero. La vanguardia del conocimiento humano existe principalmente en forma de efímeros bits de datos. Y los libros dirigidos al lector ordinario tampoco serían de mucha más ayuda. ¿Puede imaginar a un grupo de supervivientes que solo tuviera acceso a la selección de libros almacenada en una librería mediocre? 
Incluso los libros de la sección de ciencia ofrecerían poca ayuda. Puede que el último éxito de ventas de ciencia popular esté escrito de forma amena, haga un inteligente uso metafórico de observaciones cotidianas, y deje al lector con un conocimiento más profundo de alguna nueva investigación, pero probablemente no proporcione un gran conocimiento práctico. En suma, la inmensa mayoría de nuestro saber colectivo no resultaría accesible —al menos en una forma utilizable— a los supervivientes de un cataclismo.
Desde la Ilustración, nuestro conocimiento del mundo ha aumentado exponencialmente, y hoy la tarea de recopilar un compendio completo del conocimiento humano sería varios órdenes de magnitud más difícil. Actualmente la Wikipedia representa alrededor de 100 millones de horas-hombre de esfuerzo dedicado a escribir y corregir su contenido. Pero aunque uno pudiera imprimir la Wikipedia en su totalidad, reemplazando sus hiperenlaces por referencias cruzadas a números de página, seguiría faltándole mucho para tener un manual que permitiera a una comunidad reconstruir la civilización desde cero. La Wikipedia nunca se concibió para un propósito similar, y carece de los detalles prácticos o de la organización necesarios para guiar la progresión de la ciencia y la tecnología rudimentarias a sus aplicaciones más avanzadas.

Para los supervivientes de un reciente apocalipsis, las aplicaciones prácticas inmediatas resultan esenciales. Una cosa es conocer la teoría básica de la metalurgia, pero otra muy distinta es, por ejemplo, utilizar sus principios para buscar y reprocesar metales de las ciudades muertas. 
El mejor modo de ayudar a los supervivientes de la Caída es proporcionarles una guía de lo esencial, adaptado a sus probables circunstancias, además de un plan de las técnicas necesarias para redescubrir el saber crucial por sí mismos. El valor de un libro así es potencialmente enorme. Imagine qué podría haber ocurrido en nuestra propia historia si las civilizaciones clásicas hubieran dejado semillas de su conocimiento acumulado. 
Durante un reinicio, no hay razón para volver a recorrer la misma ruta hacia la sofisticación científica y tecnológica. Nuestro camino original a través de la historia ha sido largo y tortuoso; hemos avanzado a trompicones de una manera en gran medida azarosa, siguiendo pistas falsas y pasando por alto acontecimientos cruciales durante largos períodos. Pero con la visión perfecta que da la retrospectiva, sabiendo lo que hoy sabemos, ¿podríamos indicar una ruta directa hacia avances cruciales, tomando atajos?
Los grandes avances a menudo son fortuitos, como el descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming en 1928. Muchos de estos grandes descubrimientos podrían haber ocurrido antes con la misma facilidad, algunos de ellos mucho antes.
Del mismo modo, muchos inventos parecen obvios cuando se observan retrospectivamente, pero a veces el surgimiento de un avance o un invento crucial no da la impresión de haber seguido a ningún descubrimiento científico o tecnología posibilitadora concretos. La carretilla, por ejemplo, podría haberse inventado siglos antes de cuando realmente se inventó, simplemente si alguien hubiera pensado en ello.
Otras innovaciones tienen efectos de tan amplio alcance que uno quisiera ir directamente hacia ellos a fin de sustentar muchos otros elementos de la recuperación postapocalíptica. La imprenta de tipos móviles es una de esas tecnologías puente que aceleró el desarrollo y tuvo incomparables ramificaciones sociales en nuestra historia.

Cuando se desarrollan nuevas tecnologías, algunos de los pasos de la progresión podrían saltarse por completo. La guía rápida podría ayudar a una sociedad en recuperación mostrando cómo saltarse etapas intermedias de nuestra historia para pasar a sistemas más avanzados. El objetivo para un reinicio acelerado de la civilización es saltar directamente a un nivel que ahorre siglos de desarrollo gradual, pero que todavía pueda alcanzarse utilizando materiales y técnicas rudimentarios, la tecnología intermedia del punto exacto.
Si una civilización en proceso de reinicio no se ve constreñida a seguir nuestra propia vía idiosincrásica de progreso, experimentará una secuencia de avances completamente distinta. De hecho, reiniciar a lo largo de la misma trayectoria que ha seguido nuestra civilización actual podría resultar ahora muy difícil. La revolución industrial se alimentó en gran parte de energía fósil. La mayoría de esas fuentes de energía fósil fácilmente accesibles —depósitos de carbón, petróleo y gas natural— hoy han sido explotadas casi hasta el agotamiento. Sin acceso a esa energía fácilmente disponible, ¿cómo podría una civilización posterior a la nuestra atravesar una segunda revolución industrial? La solución, como veremos, residirá en una temprana adopción de fuentes de energía renovables y un meticuloso reciclaje. En este proceso, con el tiempo surgirán combinaciones de tecnologías desconocidas. La Civilización 2.0 podría parecernos una mezcolanza de tecnologías de diferentes épocas.


Este manual de reinicio empieza por lo básico, analizando cómo uno puede proporcionarse a sí mismo los elementos fundamentales de una vida confortable: alimento suficiente y agua limpia, ropa y materiales de construcción, energía y medicinas esenciales. Los supervivientes tendrán una serie de preocupaciones inmediatas: habrá que recoger productos cultivables de las tierras de labranza y almacenes de semillas antes de que mueran y se pierdan; se puede producir gasóleo a partir de los cultivos de biocombustible para mantener en marcha los motores hasta que la maquinaria falle, y buscar piezas de recambio para restablecer una red eléctrica local. Analiza cuál es el mejor modo de aprovechar componentes y rescatar materiales de entre los detritos de la difunta civilización: el mundo postapocalíptico exigirá ingenio para repensar, reajustar e improvisar.
Una vez que se disponga de los productos de primera necesidad, el manual explica cómo reinstaurar la agricultura y preservar de forma segura reservas de alimentos, y cómo las fibras vegetales y animales pueden convertirse en ropa. Materiales como el papel, la cerámica, el ladrillo, el vidrio y el hierro forjado son hoy tan comunes que se consideran prosaicos y aburridos, pero ¿cómo podría uno fabricarlos si los necesitara? Los árboles producen una enorme cantidad de material extraordinariamente útil: desde madera para la construcción hasta carbón vegetal para purificar agua potable, además de proporcionar un combustible sólido que arde con fuerza. A partir de la madera pueden obtenerse en el horno toda una serie de compuestos cruciales, y hasta las cenizas contienen una sustancia (denominada potasa) necesaria para elaborar artículos esenciales como el jabón y el vidrio, además de producir uno de los ingredientes de la pólvora. Con los conocimientos básicos, uno puede extraer gran cantidad de otras sustancias indispensables del entorno natural —sosa, cal, amoníaco, ácidos y alcohol— y poner en marcha una industria química postapocalíptica. Y cuando sus capacidades se recuperen, la guía se centra en el desarrollo de explosivos adecuados para la minería y la demolición de los armazones de antiguos edificios, así como en la producción de fertilizante artificial. Posteriormente trata de cómo reaprender la medicina, aprovechar la potencia mecánica, dominar la generación y el almacenamiento de electricidad, incluso montar un sencillo aparato de radio.
En definitiva, el objetivo de la guía rápida de Dartnell es asegurar que el fuego de la curiosidad, la indagación y la exploración siga ardiendo con fuerza. La esperanza es que incluso en las fauces de una catastrófica conmoción el hilo de la civilización no se rompa y la comunidad superviviente no retroceda demasiado o se estanque; que el núcleo de nuestra sociedad pueda preservarse y que las semillas cruciales de conocimiento cultivadas en el mundo postapocalíptico florezcan de nuevo. Es un auténtico plan para reiniciar una civilización.



Volviendo a mi reflexión inicial, estoy convencido de que todo este terrorífico escenario, desarrollado a partir de la situación actual y una serie de catastróficas casualidades, no será más que eso, una terrible pesadilla, y que la crisis del COVID-19 será algo pasajero, de lo que deberemos de sacar numerosas lecciones, pero que nos permitirá volver a más o menos la misma vida que llevábamos por aquel lejano Enero de 2020.

Pero….




Pero por si acaso, yo te aconsejo que, sin entrar en pánico, te compres éste o algún otro libro parecido al que te acabo de resumir. Te será mucho más útil, en caso de que todo se vaya a la mierda, que las toneladas de papel higiénico que estás intentando almacenar en tu casa.  Leer este libro, o por lo menos investigar sobre el tema, será la primera señal de que has aprendido algo.
Aunque, como más del 99 por ciento de las personas —incluyéndome a mí mismo— no seas un prepper y no hayas almacenado raciones de supervivencia de comida y agua, ni hayas fortificado tu casa, ni hayas hecho ningún tipo de preparativo para el fin del mundo, en el caso de que éste llegue, el tiempo que seguirás sobreviviendo es algo que dependerá de tu conocimiento, y de lo que hagas a partir de entonces. 



* En el texto original del libro de Lewis Dartnell indica “gripe aviar” en lugar de “coronavirus humano SARS”.  El resto del texto inicial es literal, lo que indica la escalofriante precisión con la que algunos visionarios pueden llegar a predecir cómo podría colapsar nuestra civilización.



viernes, 10 de enero de 2020

Leer más, y de mayor calidad


Dos noticias sobre la afición a la lectura me han dado mucho que pensar últimamente.  La primera de ellas es que ha cerrado Círculo de lectores.  Recuerdo con nostalgia los libros de la estantería de mis padres, muchos de ellos comprados a Círculo de lectores, y que eran los mismos que podías encontrar en todas las casas que visitabas.  Mi voracidad lectora durante aquellos años hizo que los leyera casi todos, y así descubrí joyas como El nombre de la Rosa, de Umberto Eco, Los renglones torcidos de Dios, de Torcuato Luca de Tena, o Caballo de Troya, de J.J. Benitez, por sólo nombrar algunos de los que más me impactaron.  Lo malo es que también me comí alguna castaña de libro que otra, por mucho best seller que fuera.  Es lo que tiene tener un método para seleccionar libros tan rudimentario como el mío por aquel entonces, básicamente plantarme delante de la biblioteca de libros de mis padres, y guiarme por el instinto.
Conforme iba pasando el tiempo me iba dando cuenta de que tenía que seleccionar mucho más lo que leía, básicamente por dos razones, la primera es que el tiempo que dedicaba a leer estaba disminuyendo; y la segunda es que los libros interesantes, tanto novedades como clásicos, no paraban de crecer en mi lista de pendientes.

La otra noticia que me ha hecho reflexionar últimamente es ésta, que dice que el director ejecutivo promedio lee 4-5 libros al mes.  He visto varias versiones de esta noticia, casi todas como reclamo de alguna página web de promoción y venta de libros.
El mensaje subliminal de esta noticia es que yo no he llegado a director ejecutivo porque no leo los suficientes libros.  O dicho de otra manera, que si aumento el número de libros que leo podré acceder al selecto club de los CEOs (siempre queda mucho mejor usar el anglicismo).

Esto, aparte de ser una falacia 'Cum hoc ergo propter hoc' (correlación no implica causalidad) de libro, me parece demagogia barata. Pero he pasado mucho tiempo dándole vueltas a rebatir este argumento, aunque fuera a mi propio subconsciente, que me gritaba desde lo profundo de mi mente “¡deberías haber leído más, piltrafilla, no vas a llegar nunca a nada!”. Así que me puse a ello:
¿Qué quiere decir leer 4-5 libros al mes? ¿Es lo mismo leer Rebelión en la granja, de George Orwell (129 páginas) que Los pilares de la Tierra, de Ken Follet (1.340 páginas)? 
Por supuesto que no.  El dato correcto debería haberse dado en otras unidades, como por ejemplo las horas diarias o mensuales que dedican a leer. 
Según Amazon, el número medio de palabras por libro es de aproximadamente 64.000. Si eres como el lector promedio, y lees 200 palabras por minuto, puedes terminar un libro en 320 minutos. Si divididimos entre 7, eso es aproximadamente 45 minutos de lectura por día. 
Bien, ahora que ya estamos usando las unidades correctas, y se ha calmado el ingeniero que llevo dentro, me pregunto varias cosas: ¿estoy leyendo más o menos de eso? ¿debería leer más horas? Pero sobre todo, ¿me va a impulsar eso a ser CEO?
La respuesta a todas estas preguntas es DEPENDE.



Pero esto lleva mis pensamientos circulares de vuelta al principio: la forma que tengo que seleccionar lo que leo.  Esta forma ha cambiado mucho a lo largo del tiempo, desde la época de Círculo de Lectores, y a pesar de que reconozco que dedico menos tiempo que antes a leer, creo que leo, de media, cosas con mucha más calidad que antes.
He escrito conscientemente “cosas” porque ahora leo muchísimas otras cosas que libros.  En mi anterior post De dónde saco mi tiempo. Mi método de gestión de contenidos online ya explicaba que mi método para compartir contenido online, y para crear contenido como el que estoy creando en este blog, empiezan siempre por una fase de selección de contenidos, para la que uso la aplicación Pocket, , la joya de la corona de mi productividad personal.  En su lista de cosas por leer caen diariamente multitud de artículos, noticias, etc, de infinidad de fuentes diferentes. Por citar las principales:
  • El lector de RSS Feedly en el que sigo a 84 fuentes diferentes, que publican contenido a diario (unos 10-15 artículos diarios).
  • La herramienta de selección social Refind, con su selección diaria de 10 noticias que considera interesantes para mí.
  • Y por supuesto, multitud de enlaces que envío a Pocket contínuamente desde Twitter, red en la que paso casi todos los ratos muertos que tengo en el día en los que tengo el móvil en la mano, o sea casi todo el tiempo.
A pesar de que a Pocket SÓLO llega lo que yo considero que puede ser interesante para mí, e incluso mucho de lo que llega no pasa de una breve lectura de unos pocos segundos, antes de desecharlo, estoy seguro de que paso muchísimo tiempo leyendo cosas que no son libros.  Y eso sin contar con otras cosas como hilos de Twitter (los nuevos blogs) o cosas así.

En definitiva, yo creo que si no he llegado todavía a CEO la culpa es de Twitter, en el que paso las horas muertas que debería estar pasando leyendo libros (libros para llegar a ser CEO, se entiende).

Y aunque el final del razonamiento haya sido un poco abrupto, creo que esa es mi conclusión: las distracciones, y qué mayor distracción que Twitter (o Instagram, o Pinterest, o…) que me quitan horas de lectura.

La tecnología actual hace posible que se pueda leer un libro en cualquier momento y lugar, aunque no tengas el libro: basta con tener un móvil, y una aplicación de lectura.  O incluso puedes hacer que te lean otras personas los libros, y escucharlos en formato audiolibro, disponibles en muchos más momentos del día (corriendo, en el coche, cocinando…)

Pero… en el móvil se esconden infinidad de distracciones. En primer lugar, las notificaciones constantes, que te desconcentran y desvían de tu objetivo; y después, todo el abanico de posibilidades de cosas que puedes ver en internet, de consumo instantáneo, y que te recompensan mucho más rápido que la lectura pausada y concentrada de un libro.


Así que he llegado a la conclusión de que sí, realmente no es lo mismo leer cualquier cosa, por bueno que sea el artículo, u ocurrente que sea el tuit, que un libro.  Y con los propósitos de año nuevo he retomado mi olvidado perfil de GoodReads y he iniciado un reto de lectura para este 2020. Un reto modesto, para la cantidad de libros que yo leía antes. Un reto que por exigencias de la plataforma se tiene que reflejar en “número de libros leídos”. Pero en realidad mi reto para este año es leer más calidad, por más tiempo.

Por eso un libro (de verdad, de los de papel, de los que a veces lees, y a veces únicamente hueles las hojas) ha vuelto a mi mesilla de noche.  Y por eso cuando leo en mi dispositivo electrónico (en mi caso es un tablet), tengo siempre activado el modo avión, para evitar distracciones.