viernes, 22 de febrero de 2013

La hamburguesa que me dió una lección



A veces me sorprende la sobreprotección que sufren los chavales hoy en día.  Tienen tan encima a sus padres  en cualquier tipo de situación conflictiva que no consiguen desarrollar unas mínima capacidad de decisión, análisis de los problemas, y en definitiva, madurez.  Y no estoy hablando de bebés, ni de niños pequeños.  Es una actitud que veo cada vez más hacia hijos adolescentes.  Aplazar los problemas a los que se tiene que enfrentar tu hijo no le ayuda en absoluto.  Evitar que se dé un pequeño golpe ahora no le va a evitar las hostias que le va a dar la vida.

Hay situaciones que, aunque no buscadas, le pueden enseñar mucho, pero sólo si ha conseguido salir de entre los brazos sobreprotectores de sus padres.  Como me pasó a mí. 

Cuando tenía 19 años, un primo mío que vive en Estados Unidos se ofreció a acogerme en su casa durante el verano, para que pudiera practicar el inglés.  Fue una experiencia inolvidable en muchos sentidos, pero hay algo de mi estancia allí que me dio una dura pero importante lección.
Al principio todo fue estupendamente, me instalé cómodamente en casa de mi primo, me apunté a unos cursos en la universidad, conocí a gente, y me empecé a encontrar realmente bien allí.  El dinero que me habían proporcionado mis padres había sido calculado para cubrir todos mis gastos, y después de pagar todos los gastos iniciales calculé cual debía ser mi ritmo de gasto para no tener problemas al final de mi estancia.  No tenía para hacer grandes despilfarros, pero pude disfrutar holgadamente de sumergirme en el "American Way of Life".
Pero poco a poco se fue cocinando la desgracia.  Preocupado como estaba en muchas otras cosas, no presté atención a la situación familiar que estaba viviendo mi primo.  Al parecer tenía problemas de pareja con su mujer (poco después ex-mujer) y uno más de ellos era que ella había aceptado a regañadientes acogerme allí.  No recuerdo haber provocado ninguna situación especialmente problemática en casa de mi primo, ni haber sido maleducado ni grosero con ella, pero quién sabe.  Lo más probable (eso lo sé ahora, mucho tiempo después) es que mi presencia no fuera más que una "excusa" más para comenzar destructivas y estúpidas discusiones de pareja.

Fue otra prima mía, la hermana del que me había acogido, la que se dio cuenta de la explosiva situación, y consiguió ponerle solución.  Me encontró, a través de una amiga suya, un piso compartido para el mes que me quedaba de estancia, y me "sugirió" delicadamente esta opción, hasta que me dí cuenta de que no era una buena opción, sino que era la única opción.

La nueva situación no es que fuera peor, estuve también a gusto en esta nueva casa, pero el pago del alquiler había fulminado literalmente mis reservas de dinero.  De un día para otro me encontré sin un puto duro (perdón, quiero decir sin un puto "nickel")

En esos tiempo no tan globalizados, la comunicación no era lo mismo que ahora.  Intenté avisar inmediatamente a mis padres de que me había quedado sin dinero, pero no fue tan fácil.  Cuando finalmente me conseguí comunicar con ellos, mi descripción de la historia no debió dejar suficientemente claro la urgencia de recibir más dinero.  Tampoco la circulación del dinero era como ahora.  Bueno, el caso es que pasé varias semanas esperando que llegara el Séptimo de Caballería con los billetes verdes.  

Estaba sólo.  Prácticamente sin dinero.

Fue la primera vez en mi vida que llegué a pasar hambre.  No quería decirle a nadie en la situación que me encontraba, por vergüenza, pero no tenía dinero ni para comer. Por suerte descubrí enseguida una oferta en un Burger King que me dio la solución: la hamburguesa "Whopper" por 0.99 $ a partir de las cuatro de la tarde.  Durante casi tres semanas seguí el siguiente procedimiento: esperaba durante todo el día, algunos días sin ni siquiera desayunar, hasta las cuatro, y allí mismo devoraba 4 hamburguesas, junto con un vaso de bebida que podía rellenar indefinidamente.  Imposible llenar el estómago más barato. Cuando ya había matado el hambre, me llevaba otras tres o cuatro hamburguesas más, para cenar, y quizás también para desayunar al día siguiente.   Y así un día tras otro, exprimiendo al máximo mis escuálidas reservas de dinero.
Nadie mejor que yo sabía que eso no era en absoluto sano.  Pero qué le iba a hacer.
Tan sólo varié mi "dieta" en un par de ocasiones, una en la que descubrí un buffet libre chino por 4,99 $, y después de comer todo lo que pude me guardé a escondidas, en una bolsa de deporte, unos cuantos rollitos y Wan Tun para la cena; y otra en la que descubrí el increíble poder calorífico que tiene la mantequilla de cacahuetes untada sobre rodajas de mango deshidratado.  Aunque no estaba muy bueno.

Y cuando ya sólo quedaban dos días para mi vuelo de vuelta, llegó finalmente el dinero prometido.  Lo había conseguido.  Había pasado todos esos días prácticamente sin dinero, y sin tener que robar para comer (con la pequeña excepción de los rollitos de primavera, que espero que no sea muy grave).
De nada me servía quejarme de la amarga ironía de que el dinero había llegado justo cuando yo ya me marchaba.  Lo utilicé para comprar unos bonitos regalos para toda la familia, y me volví para España con unas cuantas lecciones aprendidas.  Sobre todo una que ya me quedó marcada para siempre.  En cualquier viaje, más vale tener una reserva de dinero para imprevistos, y poder comprar souvenirs caros al final, que pasar por lo que tuve que pasar yo.

Ni mis padres ni mis primos supieron nunca la aventura que tuve que pasar, y seguro que si la hubieran conocido se habrían sentido culpables.  Culpables de haberme abandonado en esa delicada situación, o de no haber reaccionado a tiempo.  Pero yo recibí una lección que habría sido imposible enseñármela de un modo más efectivo.


Padres, dejad de vez en cuando que vuestros hijos aprendan las cosas por sí mismos, dejadles tropezar, dejadles madurar.


No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas.

Miguel de Unamuno.  De su obra "Pensamiento político"