martes, 19 de diciembre de 2017

La solución al conflicto catalán

 (EFE)

El conflicto sobre la independencia de Cataluña no es irresoluble. A pesar de las irreconciliables posiciones de ambas partes.  A pesar de los acontecimientos que hemos vivido en los meses de Septiembre y Octubre. Sólo hay que analizar el problema de forma simple.

Mañana se celebrarán elecciones en las que puede cambiar (o no) la situación de bloqueo que nos llevó a vivir uno de los mayores enfrentamientos políticos y sociales desde la Guerra Civil. Así que no hablaré de estas elecciones (estamos en jornada de reflexión, y estoy reflexionando sobre el sentido de mi voto). Hablaré del propio conflicto, y las posibles soluciones.

Una de las formas más prácticas de enfocar un problema difícil es analizarlo objetivamente, mediante algún método sistemático de análisis, que lo simplifique en sus elementos más básicos.  Pues bien, este conflicto se trata de un simple problema de negociación estratégica.

Para los interesados, diré que voy a analizar el problema a través del método de negociación de Harvard , que es una metodología de negociación diseñada por sus profesores Roger Fisher, Bruce Patton y William Ury en 1980, y se trata de uno de los métodos más usados en todas las organizaciones. Se caracteriza por ser simple y práctico, y nos enseña a negociar de forma eficiente a través de un proceso que se concentra en identificar y satisfacer intereses, aunque no sean compartidos a priori.

Este método se basa en unos principios clave:

Separar a la persona del problema. Para ello es muy importante definir con claridad cuáles son las partes de la negociación. En el caso del conflicto a estudio, las partes son el Gobierno de España (Esp), y el Govern de Catalunya (Cat).  Es un error pensar que las partes son los catalanes y los españoles, o los independentistas y los no independentistas. El conflicto actual se trata de un conflicto político, que debe resolverse por las partes del conflicto, es decir, por los políticos. Desde un contexto político histórico, parece extraño (y sospechoso) que ambas partes se nieguen sistemáticamente a explorar las posibilidades de acuerdos y pactos que planteen vías de solución al actual conflicto de una manera colaborativa, ya que en el pasado estas mismas formaciones políticas han compartido espacios electorales, ideas políticas, y soluciones programáticas de amplia base y coincidencia. Hay quienes están más preocupados por el futuro de sus partidos y situaciones personales, que por solucionar el conflicto político. Construir una alternativa no es fácil, ni cómodo, pero la falta de coraje intelectual es el síntoma más evidente de la falta de confianza en construir soluciones.

Concentrarse en los intereses y no en las posiciones. Este método se basa en la resolución del conflicto a través de la negociación colaborativa, desde los intereses y objetivos de cada una de las partes, en contraposición de la estrategia competitiva, que es la que se ha utilizado durante los últimos años, en los que se ha competido por algo que si una parte lo consigue (independencia), el otro lo pierde (parte de su territorio).
Se trata de buscar cómo resolver el conflicto conjuntamente, en una estrategia colaborativa de ganar-ganar (o estrategia win-win, para los que gusten de los anglicismos) para lo que se tiene que conseguir hablar de intereses, y no de posiciones.  

Los Intereses son los objetivos que se pretenden conseguir. Podemos decir, de manera muy resumida que, en este caso, los intereses del Govern de Catalunya (Cat) y del Gobierno de España (Esp) son:
- Cat: declarar la independencia.
- Esp: que la configuración del Estado siga siendo la misma.

Las posiciones son, por otra parte, la forma en la que se quiere satisfacer esos intereses:  
- Cat: realizar un referéndum de autodeterminación pactado con el Gobierno de España.
- Esp: mantener unido el país, y rechazar cualquier intento de realizar un referéndum en Cat.

Vemos, por ejemplo, que para conseguir el interés de Cat cabría la posibilidad de establecer diferentes posiciones, o formas de conseguirlo: otra forma diferente de conseguir la independencia sería, por ejemplo, la realización de un golpe de estado, o una revolución popular violenta.

Como ejemplo de otra posición alternativa del Gobierno de España podríamos pensar en la posibilidad de que aceptara un referéndum pactado, con unas condiciones muy restrictivas en cuanto a participación, plazos, etc, y realizar campaña por una de las opciones de voto de dicho referéndum.

Como hemos comprobado en nuestras propias carnes, de manera muy dramática, durante Septiembre y Octubre de 2017, no se puede negociar de manera colaborativa con intereses tan contrapuestos como los actuales, a través de las posiciones tomadas por ambas partes.
En este proceso negociador competitivo, ambas partes han sido conscientes de que es imposible conseguir un acuerdo que consiga cumplir con sus intereses, por lo que se han planteado los límites de cada una de las partes, a través de la llamada MAAN (mejor alternativa al acuerdo negociado). La MAAN sería como el plan B de cada una de las partes, al ver que no es posible conseguir acuerdo con el planteamiento inicial.

En nuestro caso, se han desarrollado las siguientes MAAN:
- Cat: como no hemos podido pactar un referéndum, se ha iniciado un proceso unilateral, que culmine en la DUI. Este MAAN se expone a la otra parte para forzar la negociación. Al mismo tiempo, Cat. ha utilizado la estrategia negociadora de proponer la mediación de un tercero.
- Esp: una vez que una de las partes utiliza su MAAN, la otra parte también puede utilizar el suyo. En este caso, el Gobierno de España ha aplicado la Ley (imputación por vías penales de los actos que llevaron a la DUI, y aplicación del Artículo 155 de la Constitución, para cesar al Govern y convocar elecciones).

En definitiva, para intentar solucionar el conflicto de forma colaborativa es necesario que ambas partes acepten el interés del otro, centrándose en el interés, y no en las posiciones. La responsabilidad de las partes es no quedarse en la trinchera, en las líneas rojas que han supuesto las posiciones iniciales y las MAAN que se han desarrollado como planes B, que pueden ser confortables para sus votantes respectivos, pero inservibles para la mayoría. Es necesario que las partes crucen los intereses, que exploren las tonalidades, las gamas de color, las hibridaciones, las mezclas. En definitiva, los compromisos, los acuerdos. 
Inventar opciones de mutuo beneficio. Hasta ahora no ha habido ninguna negociación colaborativa, sino que han negociado competitivamente, repartiéndose el pastel, y generando una gran insatisfacción a ambas partes. Aunque buscar opciones de mutuo beneficio a partir de los intereses tan contrapuestos de ambas partes es, obviamente, muy complicado, puede (y debe) haber soluciones.


Y ahora viene cuando doy soluciones al irresoluble conflicto.  Y si lo puedo hacer yo, que no soy un experto negociador, ni un analista político, lo pueden hacer también ellos.
Una primera solución podría ser cambiar los intereses que persiguen ambas partes. 

La forma más obvia es que alguna de las partes renuncie a sus intereses (acomodación):
- Cat: podría renunciar al interés de declarar la independencia, y buscar otra forma de relación con el Gobierno de España, dentro del mismo estado, por lo que no sería necesario la creación de un nuevo estado catalán.
- Esp: podría aceptar cambiar el actual modelo territorial del estado español, modificando la actual ordenación por Comunidades Autónomas, pero no vería la escisión de una parte de su territorio.
Esto llevaría a una reforma constitucional en la que se estableciera una nueva ordenación territorial del estado, a través de una federación o una confederación de territorios.

Una segunda opción de mutuo beneficio sería reformular los intereses de la otra parte, de manera que ya no sean tan contrapuestos. Se ha definido el interés del Govern de Catalunya de una forma muy resumida como “declarar la independencia”, pero podríamos intentar redefinirlo, a partir de las motivaciones reales de los partidarios a la independencia. Según datos del CEO —el centro de estudios de opinión de la Generalitat— de Septiembre del 2017, el apoyo a la independencia tiene raíces económicas y de origen social. Es evidente que existe un vínculo entre renta e independencia, ya que los catalanes que quieren la independencia son los de rentas más altas. Las causas de esa relación pueden explicarse por dos factores:
- La independencia hipotéticamente tendría efectos beneficiosos para las rentas más altas, que tienen una mayor motivación para conseguirla.
- Es posible que las personas en peor situación económica tengan otras prioridades, o que prefieran evitar los riesgos de un proceso incierto.
Para simplificar, podemos obviar el otro origen del apoyo a la independencia, el origen social (la independencia es menos popular entre las familias que llevan menos tiempo en Cataluña). Aunque ambos factores están interconectados (a menudo las familias con menores rentas son las que menos arraigo tienen en Cataluña, y menos tiempo llevan allí), vamos a analizar exclusivamente el factor económico.

Si el interés del Govern de Catalunya fuera reformulado hacia un interés más ligado a la consecución de beneficios económicos para los ciudadanos de Cataluña, en vez de hacia la consecución de un nuevo estado, sería posible inventar opciones de mutuo beneficio. En este sentido, los nuevos intereses se podrían reformular de la siguiente manera:
- Cat: Cambiar el modelo de financiación, para conseguir beneficios económicos para la sociedad catalana
- Esp: conseguir un modelo de financiación justo para todas las Comunidades Autónomas del Estado.
Esta segunda opción de resolución del problema llevaría a la redefinición del sistema de financiación autonómico.

Y he dejado para el final la posible solución al conflicto que considero más necesaria y determinante. Esta solución parte de la base de cambiar las partes en conflicto. Como ya he comentado, las partes del conflicto no son las sociedades catalana y española, sino las personas que conforman los gobiernos central y autonómico.  La sustitución de alguna de las partes podría hacer posible la aplicación de alguna de las soluciones descritas, lo que ahora es imposible.

Uno de los objetivos del Gobierno central al convocar elecciones autonómicas ha sido precisamente intentar cambiar la otra parte, y que se pueda conformar un gobierno autonómico que no tenga la actual mayoría absoluta de partidos independentistas. De esta manera, el nuevo Govern deberá plantear nuevamente sus intereses, que espera que no continúen utilizando exclusivamente vías unilaterales, y fuera del marco legal vigente. Por otra parte, el enjuiciamiento de los principales líderes de los partidos independentistas, presuntamente responsables de la DUI, y de los actos que llevaron a ella, busca también intentar cambiar a los interlocutores de la otra parte negociadora.

Sin embargo, esta solución no pasa sólo por cambiar una de las partes en conflicto.  La otra parte debería también cambiar a los interlocutores negociales, una vez que debe reconocer que su posición de negociación competitiva totalmente inflexible, que no ha buscado en ningún momento del proceso ningún tipo de soluciones colaborativas, ha sido también una de las principales causantes de la insatisfacción actual. 

Cualquier escenario post electoral que no lleve a una consecución de un gobierno autonómico claramente contrario a la independencia de Cataluña debería provocar la inmediata dimisión del convocante de las elecciones, puesto que éste era el principal objetivo de su convocatoria.  Sólo de esta manera se podrían plantear soluciones. Independientemente de lo que pase mañana, una parte importante de la sociedad catalana seguirá dando su apoyo a líderes políticos que les prometen la creación de un nuevo estado, y esa parte de la sociedad catalana no va a desaparecer simplemente porque las mayorías parlamentarias cambien.


Llegar a los sucesos funestos del 1 de Octubre de 2017 fue un absoluto desastre político, que pagamos todos los ciudadanos de Cataluña (y de rebote, el resto de ciudadanos de España) en forma de confrontación, tensión, y odio, mucho odio. Eliminar a los causantes del problema es una solución imprescindible, que debemos exigir. Yo no quiero en el Govern de Catalunya a los mismos dirigentes que nos llevaron tan cerca de la guerra civil, y que tanto daño han hecho a la sociedad y la economía catalana.  Yo no quiero en el Gobierno de España a los mismos dirigentes irresponsables que fueron también causantes del problema, pirómanos cuando se presentan como bomberos, interesados también en tapar sus vergüenzas a través de cortinas de humo, utilizando para ello sin ningún tipo de escrúpulos la confrontación entre regiones, entre pueblos, entre familias. 


Yo mañana votaré para cambiar el Govern de Catalunya. Y pasado mañana exigiré la disolución del Gobierno de España, y lucharé para conseguirlo.  

viernes, 24 de noviembre de 2017

Un mes sin café


Nunca me ha gustado la dependencia que generan las drogas. Mi estado de ánimo, mi productividad, mi claridad de ideas, incluso mi felicidad, no deberían depender de ninguna sustancia externa. Cualquiera que sea esa sustancia.

Tranquilo, alarmado lector, he utilizado conscientemente la palabra droga en un sentido muy general, sin referirme únicamente a las drogas ilegales.

Por suerte para mi, de todos grandes grupos de drogas legales de los que podría tener dependencia (tabaco, alcohol, café, antidepresivos, y tranquilizantes) el único del que tengo conciencia de tener una cierta dependencia en mi día a día es el café. Como un porcentaje muy amplio de la población mundial, tomo varios cafés a diario, y muchos de ellos son necesarios (o al menos eso me lo parece a mi).

Del  resto de estas drogas (y de otras drogas no tan legales) no hablaré en este post, pero brevemente diré que:

Por suerte nunca he fumado. Varios miembros de mi familia han muerto a causa directa del tabaco, admiro muchísimo a mi mujer por llevar 12 años sin fumar, y frecuentemente rezo para que mis hijas no caigan nunca en esa trampa.

Por supuesto que tomo alcohol, es la otra gran droga con más aceptación social del mundo. Moderadamente (lo que quiera que signifique eso, eso es lo que respondo en las revisiones médicas anuales de mi empresa). Hace poco, en mi preparación de mi primer maratón, decidí dejar de beber durante dos semanas, y me costó cumplirlo. Quizás haré con el alcohol el mismo experimento que estoy haciendo con el café, en el futuro.

Con dependencia a antidepresivos para gestionar la ansiedad, o a tranquilizantes para conciliar el sueño, me refiero al abuso que hacen de ellos personas no diagnosticadas de enfermedades mentales. Son muy consciente de que hay personas que los necesitan por razones médicas, pero existe un enorme abuso de estas drogas sin prescripción médica, por el autodiagnóstico de estados de ánimo como si fueran trastornos mentales graves. Entiendo que es un tema para otro debate, pero hay muchas otras personas que no los necesitan, y deberían dejarlos.  Por suerte nunca me ha hecho falta salir de una depresión ni poder conciliar el sueño a través de fármacos.

Bueno, dicho esto, espero no haber enfadado a mucha gente todavía, y que aún estéis ahí, leyendo esto.

El objetivo de este experimento, que no tiene ninguna intención de ser otra cosa que la de una simple curiosidad, es dejar completamente el café durante un mes, y ver qué conclusiones saco de ello. Os adelanto que en este ejercicio, realizado hace tiempo, enseguida cambié el planteamiento inicial de "dejar el café" por "dejar de tomar cafeina". Tomé unos cuantos cafés descafeinados, aunque intenté que fueran los mínimos posibles, y únicamente por temas sociales. Como primera conclusión del experimento puedo decir que el factor social del café es mucho más importante que el factor de dependencia física. Y para no tener que dar muchas explicaciones, siempre que alguien me ofrecía tomar un café lo aceptaba, y tomaba descafeinado, con algún tipo de excusa.

Sin más preliminares, paso a relatar cómo fue mi mes sin cafeína. Esto es más o menos lo que te pasaría a ti, si lo intentaras.

SABADO 1
Ayer tomé mi último cafe a las 23PM, porque teníamos que salir de viaje en coche (1 hora de trayecto), y no quería pasar sueño conduciendo.
07:00 Me levanto a estudiar. Mi pulsera me indica que he dormido 5h45 horas. Mal empezamos. Siento una inmediata necesidad física de prepararme un café. La cafetera de cápsulas me está mirando, y parece que se ríe de mis esfuerzos por no devolverle la mirada.
11:30 He conseguido no tomar el café, preparar los desayunos (y no prepararme un café para mí), y pasar de las horas críticas de la mañana. Noto primer dolor de cabeza. Mi cuerpo me pide la cafeína.
13:20 Aparece la primera ocasión de tomar un "café social", que sustituyo por una cerveza, aunque lo que me apetece es un café.
17:30 después de siesta consigo decirle a mi mujer, cuando se ofrece a preparar unos cafés, que no me apetece café, aunque me muero de ganas.
00:15 Segundo momento en el que se tercia un café social (aunque parezca raro, por la hora). No consigo decir que no, así que pido descafeinado, alegando que si tomo café por la noche tendré problemas para dormir. Aunque eso realmente no es así...




DOMINGO 2
07:00 Me levanto a estudiar, mi pulsera indica 5h42 horas dormidas. Me resulta dificilísimo sentarme delante del ordenador sin ponerme un café.
10:10 "Cariño, voy a ponerme un cafe, ¿quieres uno? "... Después de una proplongada pausa, consigo decir "no, no me apetece". Las palabras salen de mi garganta con dificultad, causándome un dolor seco. Me pregunto a mi mismo si debería decirle a mi mujer el experimento que estoy haciendo. Lo descarto, porque sé que aunque le parezca una idea estúpida, me apoyará, e intentará ayudarme a cumplir con el objetivo. Para ser algo real no debo tener ayuda externa.
10:45: fregando los platos, escucho una conversación: "He arreglado la cafetera, ahora hace un café de puta madre"
En serio, ¡dejad de torturarme, por favor!
Escucho también a alguien decir "yo si me quitan el café de la mañana me matan".
Me planteo seriamente dejar el experimento. Quizás he elegido mal momento para empezarlo. Quizás puedo dejarlo para otro día, o para otro mes....
12:15: otra conversación a mi alrededor sobre el número de cafés que se toma la gente, y los que realmente necesitan cada día.  Parece que lo hacen a propósito...
13:30: vuelve el dolor de cabeza, algo menos intenso que ayer.
16:30: después de comer, y hoy sin poder hacer siesta, todos se hacen unos cafés, antes de ponerse a recoger para volver a casa. Empiezan a mirarme raro cuando les digo que no quiero.
18:00: llegamos a casa. Al final, el dolor de cabeza ha ido en aumento, y he tenido que recurrir al Ibuprofeno. Noto que estoy más irritado que habitualmente. Mi paciencia con mi mujer y con las niñas es mínima, y estoy a la que salta.



LUNES 3 HORAS SUEÑO 06:02
05:00 Me levanto para ir al aeropuerto.  Tengo que coger uno de esos vuelos de primera hora, que tan habituales se están haciendo en mi trabajo. No, definitivamente no he elegido bien los días en los que empezar mi experimento.  
Al pasar el control del aeropuerto, múltiples señales me incitan a tomar café. Carteles publicitarios, olores que recorren las amplias salas de embarque, gente con vasos de café en la mano....
Decido desayunar, pero sin café. El camarero me pregunta dos veces, extrañado, si no quiero café con el desayuno.  Maldito cabrón....
07:50 Durante el vuelo, un nuevo sufrimiento, el olor de la cafetera que pasean las azafatas, preguntando uno por uno con una gran sonrisa.  Les contesto que no, pero tengo la sensación de que no he sonreído...
09:30  Llegada al aeropuerto de destino. Como tengo mucho tiempo, hasta que lleguen el resto de participantes en la reunión, lo primero que pasa por mi cabeza es sentarme en una cafetería y tomarme un café.  
Durante el resto del día anoto las ocasiones en las que tengo serias tentaciones de tomar un café
Después de la comida: 1
Durante la reunión de la tarde: 2 (sí, 2 veces, en una reunión de 2 horas)



El resto de la semana, continúo con el mismo ejercicio de anotar cuántas veces moriría por tomar un café. Tengo la esperanza de que ese número vaya bajando.

Martes:
Desayuno:1
Reunión de la mañana: 2
Comida: Ninguna (Olee!!!)
Reunión tarde: 3 (Mierda, parecía que íbamos bien)

Miércoles:
Desayuno: No (En serio, no. No me lo creo ni yo)
Reunión de la mañana: 1
Comida: No
tarde: 1

Nota: estos 3 primeros días han sido prácticamente de reuniones continuas, durante toda la jornada laboral, con contínuo acceso a la cafetera, a cuenta de la empresa. No, no he elegido bien las fechas para hacer esto.

Jueves: Visita a un cliente
Desayuno: 1
Almuerzo con cliente: no
Comida: no
Tarde: 1

Viernes: Visita a cliente, y vuelta a casa en avión.
Desayuno: no
Almuerzo aeropuerto: 1
Comida:  no
Tarde: 1, sustituido por cerveza



Finalizo mi primera semana sin cafeína. Ha sido un éxito, pero ha sido durísimo. No sé si aguantaré todo el mes.
Nota para los preocupados por mi salud: si os habéis quedado sorprendidos por las pocas horas que he dormido alguno de estos días, no lo hagáis.  Soy absolutamente consciente de que duermo pocas hora, pero no necesito más. Gracias a mi pulsera de seguimiento, y después de todo un año de estadísticas, incluyendo periodos vacacionales, ahora sé que mi media de horas de sueño diarias es de 06 horas y 54 minutos. Esta semana he dormido de media 06:26 horas. Nada fuera de lo habitual en mí.


RESTO DEL MES: realmente la necesidad física de tomar café ha ido disminuyendo. Continúo anotando las veces que detecto que mi cuerpo me pide la cafeína. Van claramente en disminución. 
Lo que no consigo reducir es la cantidad de veces que tomaría cafés socialmente. Es muy difícil decir que no, y muchas veces la única manera es sustituirlo por otra cosa, que suele ser cerveza. Eso es una pequeña derrota moral de mi experimento, pero... ¡qué cojones! Esto no es una promesa, ni un reto, ni nada. Mi objetivo es sacar algunas conclusiones sobre cómo de enganchado estoy al café.



Consigo acabar el mes sin tomar nada de cafeína. Lo celebro tomándome un café.




Bueno, y ahora vienen mis conclusiones. No espero generalizar, ni dar lecciones a nadie. Sólo espero que mi experiencia pueda servirle a alguien, igual que me ha servido a mí, para ser consciente de lo que significa todo esto.

En primer lugar, he sido capaz de eliminar totalmente la necesidad física de tomar ciertos cafés que antes consideraba imprescindibles para vivir. El café de la mañana, por ejemplo, no es realmente necesario. Antes de este mes, yo tomaba ese primer café (como supongo que muchos de vosotros) hubiera dormido suficientes horas o no. Y ese café cada vez hacía menos efecto. 
Este efecto, común en casi todas las drogas, se denomina efecto de tolerancia. Conforme se va consumiendo una droga de manera habitual, el cuerpo empieza a tolerar su efecto. Es decir, con la misma dosis, la persona nota un efecto menor. Eso sucede porque, por una parte, se activa el sistema nervioso, produciendo ese efecto rebote con mayor rapidez; es decir, el cerebro se vuelve hipersensible a esa droga, dispuesto a compensar su efecto lo antes posible. Por otra parte, el cuerpo metaboliza la droga con mayor rapidez, de modo que esta permanece menos tiempo en el organismo, produciendo un menor efecto.
Debido a la tolerancia, los adictos suelen necesitar cantidades de drogas cada vez mayores para conseguir el efecto deseado. Creo que me suena.  Ese es precisamente el efecto que he conseguido romper con este experimento. Después de este mes, cuando he vuelto a tomar café, he notado que el efecto de la cafeína era más intenso y duradero que antes. 

Por otro lado, la frecuencia en la que tomo café ha pasado de varios cafés diarios, a varios cafés semanales. Ese era mi principal objetivo, el de romper con la necesidad fisiológica de ciertos cafés diarios. La verdad es que esperaba que conseguir esto fuera algo fácil y natural, pero a pesar de ello muchas veces noto que debo hacer esfuerzos para cumplir con la frecuencia que me he establecido como objetivo, y que si me descuido volvería a caer en un consumo de varios cafés al día (todos los días).

Después de desintoxicarme, no noto que tenga más sueño en general, ni que sea menos productivo, ni que me cueste más concentrarme. Esa creo que es la conclusión fundamental de todo esto.  Yo creía que lo necesitaba, pero parece que no es así.

.....


NOTA FINAL: publico este post (y estas últimas líneas) bastantes meses más tarde de haber realizado el experimento.  El número de cafés que tomo ha vuelto a pasar a varios al día, como antes de iniciarlo. ¿He sido débil? ¿Debería repetirlo? ¿Tiene sentido? ¿O me rindo y llego a la conclusión de que realmente dependo de una droga? Total, no es malo, ¿no? Además, lo podría dejar cuando quisiera. ¿O no?

¿Y tú?  ¿Podrías?

miércoles, 11 de octubre de 2017

Ese brillo sobrenatural de ojos


Recuerdo el primer día que lo vi. No conseguí darme cuenta entonces, pero ahora lo tengo claro. Menos mal que no ha sido demasiado tarde para nosotros.

Salíamos del hospital. Una simple revisión del embarazo de mi mujer se había retrasado mucho más de lo debido, a causa de una jornada de protesta por la actuación policial frente a las personas que ansiaban votar en lo que les habían convencido que era un referéndum. Mi cabreo por el retraso (qué le voy a hacer, a mí lo de las huelgas de un día me parece algo estúpido) casi no me deja verlo.  Pero lo vi, con mis propios ojos.  Un hombre joven venía en sentido contrario, dispuesto a entrar en el hospital. Tenía algo raro en los ojos.  Una especie de halo, de aura, qué se yo.  Era ligeramente rojo, pero no era una irritación normal. Era como más brillante.  En ese instante, el móvil que tenía en la mano comenzó a reproducir un vídeo que, aunque no pude ver, me quedó claro, tan sólo por el sonido, que era otro de los miles de vídeos de las cargas policiales.  Y entonces, el brillo rojo de sus ojos cogió un tono más intenso.  Me pareció un cambio muy intenso y escalofriante. Casi parecían tener una fuerte luz interior. No pude comprobarlo, porque ya cruzamos nuestros caminos, y me quedé con la pregunta en la boca, que al poco me di cuenta de que tenía abierta.

Luego recordé que aquel brillo era el mismo que había visto en los ojos de un amigo, Mosso de Escuadra, cuando volvió del servicio que le habían obligado a hacer durante el día del supuesto referéndum. Tenía los ojos inyectados en sangre, y parecía una mezcla de cansancio e irritación.  Pero tenían algo raro.  Nuestra conversación aquel día estuvo a punto de costarnos la amistad que habíamos labrado en muchos años de convivencia, y que vi peligrar por primera vez en mi vida.  Pero poco a poco conseguí calmarlo, y el brillo de sus ojos fue apagándose, dejando un rojo oscuro, que sí parecía de cansancio.  Mandé a mi amigo a dormir, sin darme cuenta de lo que había pasado.

Un día más tarde, un compañero de trabajo vino a verme, y a pedirme disculpas. En nuestro grupo de WhatsApp del trabajo habíamos tenido un conflicto importante, tras el que yo había dejado el grupo. Prefería salirme de allí, a dejarme de hablar con una persona que consideraba más un amigo que un compañero, aunque pensáramos diferente. Él me pidió disculpas cabizbajo, y yo se las acepté, pero le dije que de momento no tenía ánimos de volver al grupo.
Antes de que se marchara, pude fijarme en sus ojos, que mostraban un extraño color rojo oscuro, sin brillo, pero muy intenso. Antes de que pudiera preguntarme dónde había visto antes ese brillo, mi compañero desapareció, y se aisló totalmente del resto, mirando fijamente a la pantalla del ordenador. Desde mi sitio podía verle, y momentos más tarde me pareció, tuve la ligera impresión, que el brillo de sus ojos había aumentado, volviendo a tener una intensidad artificial. Entonces empecé a tener miedo.

Poco a poco empecé a atar cabos, y pude establecer una hipótesis sobre lo que estaba pasando.  Ese brillo era el odio.  Odio puro. De alguna manera, ese odio estaba siendo inoculado en los ojos de personas, personas normales, personas que yo mismo conocía, pero que empezaban a ser desconocidos. Algo tenía que ver con las pantallas. De cualquier dispositivo, televisión, teléfono móvil, pantallas de TV del metro, de cualquier tipo.
La primera vez que lo vi claro fue también en el trabajo. Mis compañeros estaban hablando animadamente en la sala del café. Todos sabían ya que yo prefería evitar hablar de nada relacionado con el tema, pero cuando entré estaban en medio de una conversación, y el silencio que se hizo no fue inmediato.  La frase de una compañera, que levantaba la mirada de su pantalla del móvil, fue la que terminó la conversación: “Sí, nosotros ya hemos cancelado todas nuestras cuentas en ese banco. Por su culpa hay muchas otras empresas que se han contagiado del miedo, y se están marchando también. Es la estrategia del miedo, que están promoviendo los del otro lado”.
Más que el hecho de escuchar en sus labios las consignas claras que había oído de la maquinaria de propaganda que promovía el movimiento, lo que me dio miedo fue ver sus ojos.  Ya no tuve ninguna duda que ese rojo intenso no era natural. Me extrañó mucho que el resto de compañeros no lo vieran, o por lo menos no dijeran nada.

Poco más tarde, ese mismo día, un compañero que había presenciado la escena vino a verme, y consiguió que abriera mi hermetismo, y hablara del tema.  La confianza de hace años, hizo que bajara la guardia, y que me desahogara con él. Creo que hice bien, creo que entendió mis razonamientos, porque nunca habían sido diferentes.  Pero no llegué a convencerle de que todo esto era una locura, que no iba a traer bien a nadie. Me sorprendió ver que su postura era mucho más polarizada que lo que yo creía. Creo que recordé que nunca se había posicionado sobre el tema, pero ahora sus razonamientos eran como sacados de una de esas tertulias televisivas en las que falsamente se da la sensación de que están debatiendo, porque todos son del mismo bando. Y entonces lo vi. El brillo de sus ojos era muy tenue, y podía confundirse con el de haber pasado una mala noche, y no haber dormido mucho. Pero era distinto.  Yo ya empezaba a distinguirlo, pero no sabía explicarlo.


Poco más adelante mi miedo aumentó exponencialmente. Cuando creía tener claro de dónde venía ese brillo, ese odio, y creyéndome a salvo, porque me creía a salvo de esa “enfermedad”, ese virus que estaba contagiando a tanta gente, casi me atrapa a mí mismo y a mi familia.
Nunca en mi vida había participado en una manifestación política. Soy de la firme convicción de que las masas son fácilmente manipulables, y que en una manifestación lo único que puedes hacer es bulto, ser un simple número más que, además de ser manipulado por el simple hecho de saber si una manifestación o la contraria ha tenido más participación, es manipulada por los organizadores, por los contrarios, por los medios, por los políticos, por todo el mundo.

Pero ese día era diferente. La maquinaria de propaganda, ya claramente propaganda de guerra, se disponía a hacer una declaración en unos días que podía destruir totalmente la ya frágil convivencia. Lo que llamaban la “mayoría silenciosa” estaba saliendo a la calle, y nos convencimos de que era necesario unirnos. Era necesario estar allí, para por lo menos tener la conciencia tranquila cuando finalmente se produjera La Declaración, de que al menos lo habíamos intentado.
El ambiente fue festivo, y mis temores sobre los peligros que se cernían sobre mi mujer y mis hijas se demostraron infundados. Pero un miedo mucho más profundo me invadió, casi al final, antes de marcharnos.  Varios manifestantes cercanos se pusieron a cantar consignas con las que no estábamos de acuerdo, exigiendo que metieran en prisión a los “golpistas”. Mientras intentaba explicar a mi hija mayor, que ya tenía edad de hacerse preguntas así, por qué nosotros no estábamos de acuerdo con eso, vi aquel brillo rojo, en los ojos de varios de ellos. Al principio me pareció un simple reflejo del rojo de las banderas que tenían a los hombros, pero entonces lo reconocí. Tenía un brillo sobrenatural, un brillo demasiado intenso, incluso visible a plena luz del día.
Dejé la frase a medias, y delante de la cara de sorpresa de mi hija, me la llevé a toda prisa del brazo, llamando a gritos a mi mujer, para que trajera a las otras dos niñas, de camino a la boca del metro más cercana.


Ese día fue el que más cerca estuvimos de habernos contagiado.  Doy gracias a Dios por haber tenido los reflejos y la suerte de escapar.  Los acontecimientos se precipitaron en los siguientes días, y quiso la providencia que coincidieron con jornadas festivas, en las que todos los años volvemos a nuestra ciudad natal. Lejos del centro del conflicto. Y aunque allí volví a ver muchas veces ese brillo en los ojos de muchos viejos conocidos, ya había aprendido a esquivarlo. Gracias a ello sobrevivimos.


Nunca he podido demostrar lo que creo que pasó, porque ese brillo sobrenatural de odio que vi en los ojos de la gente no parece apreciarse en una pantalla, únicamente se ve en persona. Pero hay una vez, una sola vez, en el que sí creo haber visto ese brillo en un vídeo.  Es un vídeo grabado en uno de los numerosos cortes de carretera de la primera jornada de protesta. Se puede ver como un ciudadano con acento del Este se encara a los piquetes y les echa en cara que no saben lo que están haciendo, que no tienen ni idea.  A continuación, se dirige a la persona que está grabando, con ese brillo en los ojos. Un brillo apagado, quizás residual, quizás una pequeña cicatriz de una vieja enfermedad, y que puede fácilmente confundirse con el agotamiento, o con una simple irritación. Las palabras que dice resuenan ahora una y otra vez en mi cabeza: “Aprended de lo que pasó en Rusia! Aquí dentro de poco habrá armas. Tú no lo sabes, pero alguien vendrá, y te dará armas. Sólo te deseo que no las cojas”


viernes, 17 de marzo de 2017

Por qué todos los padres somos Darth Vader


No creo que a estas alturas nadie desconozca mi fascinación por Star Wars. Uno de los primeros recuerdos que tengo de mi infancia es cuando mi padre me llevó al cine a ver El Retorno del Jedi. Las imágenes de remotos mundos, extrañas criaturas y llamativos droides me cautivaron para siempre. De hecho, no importaba que hubiera empezado la historia por la mitad (en realidad, es difícil decir exactamente por qué punto de la historia empecé), igual que sigue sin importarlo ahora, cuando un niño se ve de repente inmerso en todo este universo, en aquella galaxia tan tan lejana.

Para mí, igual que para todos los de mi generación, Darth Vader era EL MALO con mayúsculas. Cualquier nuevo personaje que encarne el mal, en cualquier otra película, serie, libro, o lo que sea, se tiene que medir con Darth Vader para posicionarse en el ranking de los malos de todos los tiempos.

Pero entonces, ¿por qué muchos padres elegimos a Darth Vader como figura icónica, como imágen, como modelo?  Es una buena pregunta.  Cada uno tendrá sus razones.  De hecho, como he leído recientemente al papá bloguero Padre en Estéreo, es una terrible idea identificar a Darh Vader como figura paterna, lo que hace aún más misteriosas las razones por las que elegimos al temible Lord Sith para representarnos ante nuestros hijos y ante el mundo.

Después de darle muchas vueltas, y sin ningún orden especial, he conseguido listar una serie de razones que, por lo menos para mí, hacen que nadie mejor que él nos sirva para reivindicar nuestra paternidad.



Nos hemos pasado al Lado Oscuro.
Vemos a los chavales de hoy en día, atontados con sus móviles y juegos online, su obsesión por obtener reconocimiento social online, y las cosas que hacen o que dicen, y estamos convenidos de que nuestra Civilización se está yendo al garete. No nos damos cuenta de que si sustituimos "móviles" por "walkman", "juegos online" por "juegos de rol", "reconocimiento social online" por "ser populares en el insti", etc, podrían ser nuestros propios padres hablando de nosotros cuando eramos unos chavales.  
No, no, no. Los chavales de ahora es que están atontados, con un montón de pájaros en la cabeza, ideas ridículas que no entendemos bien.  Qué narices es eso de la Alianza Rebelde, esos radicales, perroflautas, siempre cuestionando a los que gobiernan, si ellos no tienen ninguna propuesta que tenga ni un mínimo de sentido, qué narices harían ellos si estuvieran gobernando La Galaxia. Yo, Vader, que ya llevo unos cuantos kilómetros, ya he pasado por unas cuantas, yo sí que sé lo que es gobernar.  Cuando vengan mis hijos con todos esas ideas alocadas, demagógicas, irreales, sabré qué decirles. Tengo la sensación de que alguna de esas ideas han pasado por mi cabeza cuando era más joven, pero eso hace una eternidad, y no tiene importancia.  Eso era casi otra persona diferente.  Eso era antes de vestir de negro, y de ponerme este casco. Si alguien me recuerda aquellas épocas y aquellas ideas, creo que negaré que esa persona haya existido.

De repente, tenemos hijos, que van creciendo y volviéndose complicados, y tenemos que reconocer que educar a nuestros hijos es tremendamente complicado. Cuando pensamos en Vader no pensamos en cómo se comporta él como padre con sus hijos, sino lo difícil que es su posición como padre.  Debe sobre todo mantener el rol masculino, de padre, que debe imponer respeto y autoridad (para eso el traje negro y el casco son una gran ayuda), pero interiormente es consciente de sus inmensas debilidades. Y no puede mostrar sus debilidades como padre, ni a sus hijos ni a nadie.  Jamás debe permitirse quitarse el casco en presencia de sus hijos.
Aún así, sus hijos se rebelan, le llevan la contraria, le declaran la guerra, y están continuamente atosigándole, buscando la manera de vencerle, de conseguir lo que ellos quieren, esas estúpidas ideas de niños idealistas, esas ideas irreales, utópicas, equivocadas. Por mucho que él quiera, no entienden cuál es el camino correcto, por mucho que haga el esfuerzo no consigue que entiendan las enseñanzas importantes de la vida. 

Aquí la cosa varía un poco si tienes hijos o hijas (en mi caso sólo hijas), pero las sensaciones, las frustraciones, son las mismas. Esta ilustración, parte de un delicioso cómic de Jeffrey Brown, es un perfecto ejemplo de cómo se siente Vader con su rebelde hija Leia.


Cualquier situación en la que te veas envuelto con un hijo/hija adolescente, puede representarse mediante la relación que tenía Vader con sus hijos. Y eso, amigos padres, reconforta mucho. Si el tipo más duro y poderoso del Universo, no fue capaz de encarrilar a sus hijos, y sólo al final consiguió conectar mínimamente con ellos, pues qué narices podré hacer yo, ¿no?

YO SOY TU PADRE. Siempre tendremos ese momento. En cualquier tema que se nos pueda ocurrir, surgirá inevitablemente el enfrentamiento con nuestro hijo.  A pesar de nuestra intensa lucha para llevarle al lado correcto, no conseguimos nada más que rechazo, y lucha, cada vez más encarnizada. No entiende nada, no entiende el Poder del Lado Oscuro, no entiende lo bien que le irían las cosas si nos hiciera caso, cada vez se encierra más en su propia trampa.
La lucha, como digo, es cada vez más encarnizada.  Al final, nuestro hijo sale mal parado, y mira que se lo advertimos. Parece perdido, acorralado, a punto de caer.  Y llega nuestro momento. 

Alargamos la mano, y le decimos:

"Yo soy tu padre". Puedes contar conmigo. Únete a mí, hijo mío. Yo curaré tus heridas, yo te haré más fuerte. Y juntos, gobernaremos la Galaxia.

En ese momento, haber sido el Malo durante todo ese tiempo, ha merecido la pena. 

Nuestro hijo ve que teníamos razón, y que no hay otra salida.  Lo que dice mi padre, lo que decía mi padre desde el principio, es cierto.

Y....

bueno, en realidad creo que como padres confiaríamos que la escena no terminase como acabó, y que nuestro hijo, en vez de saltar al vacío, nos hiciera caso, se dejara ayudar, y volviera, aunque fuera por un tiempo, a disfrutar de ese lazo tan fuerte y tan difícil de mantener que es el que une al padre y al hijo.

Que no hiciera falta todo un episodio más, con Ewoks, más Estrellas de la Muerte, abueletes verdes exiliados en planetas / residencia de la tercera edad, etc, para que finalmente llegáramos al mismo punto, y nuestro hijo se diera cuenta por fin que todo lo que hace su padre lo hace por su bien, lo hace pensando que es lo mejor para él.

Y que aunque parezca el enemigo, su padre siempre estará a su lado, intentando guiarle, y decidido siempre a sacrificarse por él.

El Vader que nosotros vemos como modelo no es el Vader que le corta la mano a su propio hijo, que congela a su yerno, o que destruye el planeta entero de su propia hija.


El Vader que nosotros queremos ser es el Vader que, enfrentado con su hijo, le acompaña tranquilo a que éste se enfrente con su propio destino.


El Vader que ve sufrir a su hijo, y no puede soportarlo, y se pide para él mismo el sufrimiento que está pasando su hijo, hasta el punto de sacrificarse por él.



El Vader que, por fin, cuando su hijo ve lo que ha hecho por él, decide quitarse el casco, para que pueda ver cómo es en realidad, y demostrarle que también es una persona, que también es frágil, que muchas veces está representando el papel de malo por obligación.


Por estas, y por muchas más razones (seguro que tú puedes encontrar algunas otras), somos muchos los padres que elegimos a Darth Vader para representar con orgullo nuestra condición de padres.

FELIZ DÍA DEL PADRE A TODOS!

martes, 14 de febrero de 2017

No, ni el Gran Hermano ni el Partido Único pudieron con el Amor

Hoy es oficialmente el Día del Amor. Y aunque llevo toda la vida asegurando, como hacemos muchos a modo de chiste en España, que eso no es más que "un invento de El Corte Inglés", este año lo veo de manera diferente, y creo que voy a celebrarlo, a mi manera.
Y esto se debe a uno de los mejores libros de Ciencia Ficción de la historia: 1984, de George Orwell.

Recientemente acabo de leerlo (sí, lo reconozco, es imperdonable que no lo hubiera leído todavía), y me ha parecido absolutamente fascinante. Presenta un angustioso y distópico futuro de un mundo controlado por un sistema totalitario, que ejerce un control absoluto sobre sus súbditos, que vigila sin descanso todas sus actividades cotidianas, y que ha acabado con todo asomo de libertad. Este control a todos los miembros del Partido (un partido único y totalitario) es ejercido a través de la figura de El Gran Hermano, juez supremo, y encarnación de los ideales del todopoderoso Partido.

Todo miembro del Partido vive, desde su nacimiento hasta su muerte, vigilado por la Policía del Pensamiento. Dondequiera que esté, dormido o despierto, trabajando o descansando, en el baño o en la cama, puede ser inspeccionado sin previo aviso. Nada de lo que hace es indiferente para la Policía del Pensamiento. Sus amistades, sus distracciones, su conducta con su mujer y sus hijos, la expresión de su rostro cuando se encuentra solo, incluso las palabras que murmura durmiendo, son analizados escrupulosamente.

Y… ¿qué tiene que ver ese inquietante futuro con el amor?  Pues mucho, como podréis ver, porque el amor era uno de los enemigos más peligrosos del sistema.

La finalidad del Partido en este asunto era evitar que hombres y mujeres establecieran vínculos imposibles de controlar. Para ello, perseguían entre otras cosas quitarle todo placer al acto sexual, dentro del matrimonio y fuera de él. Todos los casamientos tenían que ser aprobados por un Comité y, aunque nunca fue establecido de un modo explícito, siempre se negaba el permiso si la pareja daba la impresión de hallarse físicamente enamorada. La única finalidad admitida en el matrimonio era engendrar hijos en beneficio del Partido. La relación sexual se consideraba como una pequeña operación algo molesta, algo así como soportar un enema. Se grababa desde la infancia en los miembros del Partido.

El protagonista de esta inquietante historia, Winston, describe con tristeza cómo era su vida conyugal.

Se trataba de una pequeña ceremonia frígida que su mujer le había obligado a celebrar la misma noche cada semana, y que ella llamaba «Nuestro deber para con el Partido»

Como veis, el amor era algo realmente peligroso, fuera de control, que había que intentar eliminar. Pero, ¿qué era el amor?. ¿El deseo, sexual, quizás?. Pues parece que no, porque el Partido, conocedor de las debilidades de sus miembros, les daba una pequeña válvula de escape:

Tácitamente, el Partido se inclinaba a estimular la prostitución como salida de los instintos que no podían suprimirse. Esas juergas no importaban políticamente ya que eran furtivas y tristes y sólo implicaban a mujeres de una clase sumergida y despreciada. El crimen imperdonable era la promiscuidad entre miembros del Partido. Era casi imposible imaginar que tal crimen pudiera suceder.

Así que lo peligroso era el establecimiento de algún tipo de lazo íntimo entre cualquiera de las personas que eran controladas continuamente y de manera obsesiva.

Pero claro, como os podéis imaginar, eso mismo es lo que sucedió.  Winston conoció a una mujer de la que, a pesar de todos los esfuerzos de El Partido, se enamoró hasta las trancas: Julia.
A pesar de todos los controles, Julia consiguió acercarse a él, llamar su atención, y finalmente, después de muchos angustiosos intentos, consiguieron citarse en un lugar alejado de las cámaras de vigilancia.

Ya puedes volverte —dijo Julia.
Se dio la vuelta y por un segundo casi no la reconoció. Había esperado verla desnuda. Pero no lo estaba. La transformación había sido mucho mayor. Se había pintado la cara. Las mujeres del Partido nunca se pintaban la cara. Debía de haber comprado el maquillaje en alguna tienda de los barrios proletarios. Tenía los labios de un rojo intenso, las mejillas rosadas y la nariz con polvos. Incluso se había dado un toquecito debajo de los ojos para hacer resaltar su brillantez: No se había pintado muy bien, pero Winston entendía poco de esto. Nunca había visto ni se había atrevido a imaginar a una mujer del Partido con cosméticos en la cara. Era sorprendente el cambio tan favorable que había experimentado el rostro de Julia. Con unos cuantos toques de color en los sitios adecuados, no sólo estaba mucho más bonita, sino, lo que era más importante, infinitamente más femenina.

Aunque parecía inevitable que Winston cayera en las redes de la incansable Julia, incluso llegados ya a este peligroso y tan esperado momento, los métodos de condicionamiento del Partido casi cumplen su objetivo:

Sí, estaba besando aquella boca grande y roja. Ella le echó los brazos al cuello y empezó a llamarle «querido, amor mío, precioso...». Winston la tendió en el suelo. Ella no se resistió; podía hacer con ella lo que quisiera. Pero la verdad era que no sentía ningún impulso físico, ninguna sensación aparte de la del abrazo. Le dominaban la incredulidad y el orgullo. Se alegraba de que esto ocurriera, pero no tenía deseo físico alguno. La juventud y la belleza de aquel cuerpo le habían asustado; estaba demasiado acostumbrado a vivir sin mujeres.

Pero finalmente las armas de esa magnífica mujer, esa mujer capaz de conseguir cualquier cosa que deseara, fundieron todos los muros defensivos plantados por un sistema, un sistema de control perfecto, que, aun así, no pudo evitar que surgiera el amor.

Estaban de pie y ella lo miró por un instante y luego tanteó la cremallera de su mono con las manos. ¡Si! ¡Fue casi como en un sueño! Casi tan velozmente como él se lo había imaginado, ella se arrancó la ropa y cuando la tiró a un lado lo hizo con el mismo magnífico gesto con el que parecía aniquilarse a toda una civilización.
Esto era. No era simplemente el amor por una persona sino el instinto animal, el simple indiferenciado deseo. Esta era la fuerza que destruiría al Partido. La empujó contra la hierba entre las campanillas azules. Esta vez no hubo dificultad.
El movimiento de sus pechos fue bajando hasta la velocidad normal y con un movimiento de desamparo se fueron separando. El sol parecía haber intensificado su calor. Los dos estaban adormilados. Él alcanzó su desechado mono y la cubrió parcialmente. Este cuerpo joven y vigoroso, desamparado ahora en el sueño, despertó en él un compasivo y protector sentimiento.
Pero la ternura que había sentido había desaparecido ya. Le apartó el mono a un lado y estudió su cadera. En los viejos tiempos, pensó, un hombre miraba el cuerpo de una muchacha y veía que era deseable y aquí se acababa la historia. Pero ahora no se podía sentir amor puro o deseo puro. Ninguna emoción era pura porque todo estaba mezclado con el miedo y el odio. Su acto había sido una batalla, y el clímax, una victoria. Era un golpe contra el Partido.

No me digáis que este momento no es digno de competir con Grey y sus 50 sombras…

Pero no, no me refiero con eso cuando digo que el Gran Hermano no pudo con el Amor.
La historia continúa, y, los dos tortolitos continúan con su affair, sabiendo que tarde o temprano los van a descubrir:

Cuando nos hayan cogido, no habrá nada, lo que se dice nada, que podamos hacer el uno por el otro. Si confieso, te fusilarán, y si me niego a confesar, te fusilarán también. Nada de lo que yo pueda hacer o decir, o dejar de decir y hacer, serviría para aplazar tu muerte ni cinco minutos. Ninguno de nosotros dos sabrá siquiera si el otro vive o ha muerto. Sería inútil intentar nada. Lo único importante es que no nos traicionemos, aunque por ello no iban a variar las cosas.
—Si quieren que confesemos —replicó Julia— lo haremos. Todos confiesan siempre. Es imposible evitarlo. Te torturan.
—No me refiero a la confesión. Confesar no es traicionar. No importa lo que digas o hagas, sino los sentimientos. Si pueden obligarme a dejarte de amar... esa sería la verdadera traición.
Julia reflexionó sobre ello.
—A eso no pueden obligarte —dijo al cabo de un rato—. Es lo único que no pueden hacer. Pueden forzarte a decir cualquier cosa, pero no hay manera de que te lo hagan creer. Dentro de ti no pueden entrar nunca.

Por ahí van las cosas, amigos. Estamos llegando a lo que es el verdadero Amor. Lo que queda después de la atracción, el deseo, incluso después de haber llegado a la cima, a la unión total, a llegar a creerse que dos cuerpos se han fundido en uno solo.

Para saber lo que realmente es el Amor, hay que avanzar a cuando finalmente Winston y Julia son descubiertos, encarcelados por separado, torturados de mil maneras (creedme, en ese sistema totalitario había mil maneras de torturar).

—Estás pensando que, si nos proponemos destruirte por completo, ¿para qué nos tomamos todas estas molestias?; que, si nada va a quedar de ti, ¿qué importancia puede tener lo que tú digas o pienses? ¿Verdad que lo estás pensando?
—Sí —dijo Winston.
El rostro del Gran Hermano sonrió levemente y prosiguió:
Te explicaré por qué nos molestamos en curarte. No nos contentamos con una obediencia negativa, ni siquiera con la sumisión más abyecta. Cuando por fin te rindas a nosotros, tendrá que impulsarte a ello tu libre voluntad. No destruimos a los herejes porque se nos resisten; mientras nos resisten no los destruimos. Los convertimos, captamos su mente, los reformamos. Al hereje político le quitamos todo el mal y todas las ilusiones engañosas que lleva dentro; lo traemos a nuestro lado, no en apariencia, sino verdaderamente, en cuerpo y alma. Lo hacemos uno de nosotros antes de matarlo. Nos resulta intolerable que un pensamiento erróneo exista en alguna parte del mundo, por muy secreto e inocuo que pueda ser. Ni siquiera en el instante de la muerte podemos permitir alguna desviación.
Todos los torturadores del pasado, la Inquisición, los nazis, los comunistas, fallaron en una cosa: mataban a sus enemigos abiertamente y mientras aún no se habían arrepentido, y los convertían en mártires.

Así que es entonces, en el momento en el que Winston se ha rendido, ha confesado todos y cada uno de los delitos, reales o imaginarios, que sus captores querían que confesara, incluso después de convencerse realmente que El Partido era la mejor, o quizás la única, forma de gobernar el Mundo, y de entregar totalmente su mente al Gran Hermano, entonces, es cuando descubrimos lo que es el Amor:

¿Crees que hay alguna degradación en que no hayas caído?
Winston dejó de llorar, aunque seguía teniendo los ojos llenos de lágrimas.
—No he traicionado a Julia —dijo.
El rostro del Gran Hermano lo miró pensativo.
—No, no. Eso es cierto. No has traicionado a Julia.
El corazón de Winston volvió a llenarse de aquella adoración por el Gran Hermano que nada parecía capaz de destruir. «¡Qué inteligente —pensó—, qué inteligente es este hombre!» Nunca dejaba de comprender lo que se le decía. Cualquiera otra persona habría contestado que sí había traicionado a Julia. ¿No se lo habían sacado todo bajo tortura? Les había contado absolutamente todo lo que sabía de ella: su carácter, sus costumbres, su vida pasada; había confesado, dando los más pequeños detalles, todo lo que había ocurrido entre ellos, todo lo que él había dicho a ella y ella a él, sus comidas, alimentos comprados en el mercado negro, sus relaciones sexuales, sus vagas conspiraciones contra el Partido... y, sin embargo, en el sentido que él le daba a la palabra traicionar, no la había traicionado. Es decir, no había dejado de amarla. Sus sentimientos hacia ella seguían siendo los mismos.


Eso es lo que celebramos hoy. Un sentimiento, algo inquebrantable, algo tuyo, tan íntimo que estarías dispuesto a sufrir lo inimaginable sin entregarlo a nadie más que a la persona que lo merece, algo a lo que no renunciarías ni en el mismo lecho de tu muerte. Algo tan difícil de explicar que ni siquiera un sistema perfecto de destrucción de la naturaleza humana puede llegar a entender, y mucho menos destruir.  Algo que si fueras el último hombre, o la última mujer, de la civilización, conservarías como un legado en tu mente, y perduraría para siempre.


Nota final: Este ha sido mi humilde resumen de la genial obra de George Orwell, adaptado a la ocasión. Muchos análisis se han hecho de esta obra maestra, pero yo me quedo con este final, mucho más optimista que el del propio Orwell. 

Nunca lo podré saber a ciencia cierta, pero en mi caso estoy convencido de que yo sí habría conseguido esa pequeña gran victoria final, incluso habría soportado la última y definitiva tortura de la habitación 101
Y, en el momento en que finalmente me ejecutaran, mientras la bala atravesaba mi cabeza, aún conservaría ese sentimiento por ti, amor. Ese sentimiento inquebrantable, que quedaría para siempre fuera de su alcance.
Ni en Gran Hermano ni El Partido Único habrían podido con el Amor.

Te quiero, amor mío.