jueves, 13 de diciembre de 2012

Disfruta de este fin de semana, puede ser el último




Nunca he sido supersticioso, ni he creído en las profecías sobre el fin del Mundo.  Ni la de los Mayas, ni ninguna otra.  Pero, ¿y si fuera cierto? ¿y si éste fuera el último fin de semana del Mundo, tal y como lo conocemos?

De todo el catálogo de posibles causas del fin de nuestra civilización, la más estudiada, y sobre la que más tonterías han escrito los guionistas de Hollywood, es el impacto de un asteroide similar al que acabó con los dinosaurios hace 65 millones de años, el devastador KT  


Pongamos que un asteroide similar, de unos 10 kilómetros de diámetro, se dirige en trayectoria de colisión con nuestro planeta.  Si te quieres hacer una idea de su tamaño, recuerda que la montaña más alta del Mundo, el monte Everest, tiene una altura de unos 9 km desde su base, a nivel del mar.

Impactará exactamente el próximo 21 de Diciembre, justo sobre la ciudad de Madrid. A mis amigos catalanes que están disfrutando sólo de pensar en el sitio elegido, les animo a que sigan leyendo, y verán como no les parece tan buena noticia.

Por supuesto la fecha y el lugar elegido son producto de mi imaginación (tan válida como la de los Mayas); pero todo lo que viene a continuación está basado en hechos reales, y completos estudios científicos.



El asteroide entraría en la atmósfera terrestre a tal velocidad que el aire no podría quitarse de en medio debajo de él y resultaría comprimido como en un bombín de bicicleta. Como sabe cualquiera que lo haya usado, el aire comprimido se calienta muy deprisa, y la temperatura se elevaría debajo de él hasta llegar a unos 60.000 grados, o diez veces la temperatura de la superficie del Sol. En ese instante de la llegada del meteorito a la atmósfera, todo lo que estuviese en su trayectoria (el Bernabeu, el Museo del Prado, la Torre Picaso, el parque del Retiro... todo) se arrugaría y se esfumaría como papel de celofán puesto al fuego.
Un segundo después de entrar en la atmósfera, el meteorito chocaría con la superficie terrestre, allí donde los madrileños habrían estado un momento antes dedicados a sus cosas.

El impacto, como puedes imaginar, sería enorme. Golpearía con la fuerza de 100 millones de megatones. No es fácil imaginar una explosión así, pero si hicieses estallar una bomba del tamaño de la de Hiroshima por cada persona viva en la Tierra, hoy aún te faltarían unos mil millones de bombas más para acercarse a la potencia de este impacto.

El meteorito propiamente dicho se evaporaría instantáneamente, pero la explosión haría estallar mil kilómetros cúbicos de roca, tierra y gases supercalentados. Todos los seres vivos en 250 kilómetros a la redonda a los que no hubiese liquidado el calor generado por la entrada del meteorito en la atmósfera perecerían entonces con la explosión. 

Se produciría una onda de choque inicial que irradiaría hacia fuera y se lo llevaría todo por delante a una velocidad que sería casi la de la luz.
Para quienes estuviesen fuera de la zona inmediata de devastación, el primer anuncio de la catástrofe sería un fogonazo de luz cegadora (el más brillante que puedan haber visto ojos humanos), seguido un minuto o dos después por una visión apocalíptica de majestuosidad inimaginable: una pared rodante de oscuridad que llegaría hasta el cielo y que llenaría todo el campo de visión desplazándose a miles de kilómetros por hora. Se aproximaría en un silencio hechizante, porque se movería mucho más deprisa que la velocidad del sonido.

A los que se hallasen a una distancia de hasta 1.500 kilómetros les derribaría y machacaría o cortaría en rodajas una ventisca de proyectiles voladores. Toda la vida en la península ibérica quedaría devastada en menos de 10 minutos, dejando un mapa muy diferente al que conocemos, con un profundo cráter de unos 170 kilómetros de diámetro en su centro.

Después de esos 1.500 kilómetros iría disminuyendo gradualmente la devastación. 
Pero eso no es más que la onda de choque inicial. El impacto desencadenaría casi con seguridad una serie de terremotos devastadores. Empezarían a retumbar y a vomitar los volcanes por todo el planeta. Surgirían maremotos que se lanzarían a arrasar las costas lejanas. Al cabo de una hora, una nube de oscuridad cubriría toda la Tierra y caerían por todas partes rocas ardientes y otros desechos, haciendo arder en llamas gran parte del planeta. Se ha calculado que al final del primer día habrían muerto mil millones y medio de personas como mínimo.
La suerte del resto de la población mundial sería sólo relativa. Sólo significaría «elegir una muerte lenta en vez de una rápida».
El número de víctimas variaría muy poco por cualquier tentativa plausible de reubicación, porque disminuiría universalmente la capacidad de la Tierra para sustentar vida.  La cantidad de hollín y de Ceniza flotante que producirían el impacto y los fuegos siguientes taparía el Sol sin duda durante varios años, lo que afectaría a los ciclos de crecimiento. El clima de la Tierra se vería drásticamente afectado durante unos diez mil años.

Y recuerda que el hecho se produciría con toda probabilidad sin previo aviso, de pronto, como caído del cielo.

Pero supongamos que hubiéramos visto llegar el objeto. ¿Qué haríamos? Todo el mundo se imagina que enviaríamos una ojiva nuclear y lo haríamos estallar en pedazos. Pero se plantean algunos problemas en relación con esa idea. Primero, nuestros misiles poseen el empuje necesario para vencer la gravedad de la Tierra y no están diseñados para operar en el espacio; no hay ningún mecanismo para guiarlos a lo largo de las decenas de millones de kilómetros del espacio.
Aún hay menos posibilidades de que consiguiésemos enviar una nave tripulada con vaqueros espaciales para que hiciesen el trabajo por nosotros, como en la película Armagedón; ni siquiera disponemos ya de un cohete con potencia suficiente para enviar seres humanos hasta la Luna.
Incluso en el caso de que consiguiéramos de algún modo lanzar una ojiva nuclear contra el asteroide y hacerlo pedazos, lo más probable es que sólo lo convirtiésemos en una sucesión de rocas que caerían sobre nosotros una tras otra como el cometa Shoemaker sobre Júpiter... pero con la diferencia de que las rocas se habrían hecho intensamente radiactivas.
Ni siquiera un aviso con un año de antelación sería suficiente para una actuación adecuada. Pero lo más probable es que no viésemos el objeto -ni aunque se tratase de un cometa- hasta que estuviese a unos meses de distancia, lo que sería con mucho demasiado tarde.


En definitiva, el día que la trayectoria de la Tierra y de un asteroide semejante se crucen, sea el 21 de Diciembre de 2012 o no, no podremos hacer nada.  Más vale que disfrutemos este fin de semana al máximo, por si es el último.


P.D. y después del 21, cuando compruebes que no se han cumplido las profecías, recuerda que el asteroide aún puede llegar en cualquier momento, y que ésta es sólo una de las causas posibles del fin de la Civilización.  Así que sigue disfrutando tu vida como si no hubiese mañana.