viernes, 27 de julio de 2018

Descubre si eres un millennial




Siempre me ha parecido gracioso el hecho de que tengamos necesidad de ponerle nombre a las generaciones, de etiquetar a toda la gente nacida entre dos fechas con una serie de estereotipos. Sobre todo porque los que más necesidad tenemos de hacerlo somos los que ya hemos pasado la edad de esa supuesta generación. Y los que más molestos se sienten con los estereotipos asociados a su generación los que están en ella (aunque algunos de estos estereotipos les representen).

Quizás una de las generaciones a la que peor se trata es a los llamados millennials. Casi nadie se reconoce orgulloso de pertenecer a ella, y muchas veces incluso se niega está dentro. A eso contribuye mucho el hecho de que no haya consenso en las fechas de inicio y fin de cada generación. Wikipedia data la fecha de inicio de la generación millennial entre 1980 y 1984, mientras que, por citar otro ejemplo, la Sociedad Pew Research cita la fecha de inicio en 1981, y de fin en 1996. Según esta última, son luminosos tanto los que ya tienen 37 años como los que acaban de cumplir 22.
Bien, eso me deja claro que yo, que hace poco he pasado la cuarentena, ya no pertenezco a esa generación (y por tanto, me puedo meter sin piedad con ellos) pero plantea dudas para algunos de mis amigos que rondan los treinta y tantos.

Una de las definiciones más extendidas de los  millennials es algo así como “los que han crecido con el cambio de milenio”. Pues vaya mierda de definición! Si ni siquiera fuimos capaces de ponernos de acuerdo si teníamos que celebrar el cambio de milenio en la Nochevieja de 1999 (los más ansiosos) o en la Nochevieja del 2000! (los que sabíamos de Matemáticas y de Historia).

Yo tengo una propuesta de definición mucho más precisa, que además deja claro el paso de la generación anterior a esa. La definición de millennial sería algo así como:

“los que tienen infinidad de material multimedia vergonzante de su infancia o adolescencia, que querrían destruir, y que puede en cualquier momento arruinar su futuro”.


Pues sí, queridos. Sí que ha habido algo que marcó una diferencia importantísima en la vida de todos nosotros, y que puede suponer diferencias fundamentales en nuestra forma de ser: los móviles (mejor dicho, los smartphones con conexión a Internet y potentes cámaras) y la redes sociales. Los que tuvimos la suerte de nacer un pelín antes pudimos pasar por infancia y sobre todo adolescencia SIN DEJAR PRUEBAS, o al menos sin dejar muchas pruebas.

Y para dejar claro lo que para mí NO es un millennial, os voy a contar algunas diferencias fundamentales entre mi infancia y adolescencia, y las vuestras, queridos millennials, con detalles muy, muy personales. (no en vano este blog es “un lugar para exponerme en público”).


Cuando terminaba el colegio, y cada uno nos íbamos de vacaciones, me pasaba casi tres meses sin saber NADA de mis compañeros de clase. Esto le va a resultar especialmente difícil de creer a mi hija de 12 años, con sus innumerables grupos de WhatsApp de compañeros, y la multitud de formas en las que recibe actualizaciones sobre sus veranos. Yo pasaba a estar con mis amigos de verano, a los que me había pasado nueve meses sin ver, ni saber nada de ellos. Con algunas excepciones, como cuando nos escribíamos cartas (CARTAS, ESCRITAS A MANO) que guardo entre mis tesoros más preciados.





Mis primeras borracheras, hijos, son algo que posiblemente nunca ocurrió. Si vuestro padre os dice que nunca jamás se ha pasado con la bebida, os lo vais a tener que creer, porque no hay pruebas de lo contrario.  Nunca veréis fotos mías de este estilo:





El porno, algo que también se relaciona con la adolescencia (dicen), era mucho menos accesible que ahora. Si queríamos saber lo que era una mamada, íbamos a preguntarle al repetidor, y los primeros desnudos, algo más peludos que ahora, los buscábamos en revistas, que luego había que esconder. Ni siquiera sabíamos que esa acción de esconder el cuerpo del delito se iba a convertir en el futuro en “borrar el caché”.




Recuerdo un pasado en el que no existían los móviles. Cuando quedábamos los amigos para salir, quedábamos en una esquina, y el que llegaba tarde, si se encontraba que ya nos habíamos ido, lo más probable es que ya no nos encontrara hasta el día siguiente. Como mucho quedábamos en una esquina que tuviera una cabina, para llamar al teléfono (fijo, por supuesto) de los padres del que llegaba tarde.  
Y lo más increíble de todo: yo llegué a quedar con amigos en un concierto, Y LOS ENCONTRÉ! 




También recuerdo cuando llegaron los móviles. Yo siempre he sido muy innovador en nuevas tecnologías -lo que los de marketing llaman early adopters- y fui uno de los primeros en tener móvil en mi grupo de amigos. Recuerdo bien la vergüenza que me dio una vez que, estando en la biblioteca sonó estruendoso el politono de mi móvil (politono, qué recuerdos!) y uno de mis amigos aseguró solemnemente que él NUNCA tendría móvil. Para protegerle de vuestras burlas guardaré su identidad en secreto. De nada, Luis 😋




De los dos viajes que mejores recuerdos tengo en mi vida, a Brasil de prácticas de verano, y a Austria de ERASMUS, tengo pocas fotos. Nadie tenía cámaras digitales (y los móviles por supuesto no hacían fotos) y las cámaras tenían carrete, había que calcular muy bien el momento exacto en el que hacer la foto, y por supuesto no se podía revisar hasta que no llevabas el carrete a revelar (eso si no te lo habías cargado antes). Aún así conseguíamos hacer álbumes de fotos que eran verdaderas obras de arte.







Ya de vuelta de aquellos maravillosos viajes, en mis primeras entrevistas de trabajo, no tuve ningún miedo de que los entrevistadores pudieran encontrar detalles escabrosos de mi pasado, que estaba a muy buen recaudo en los viejos álbumes de fotos.  Ningún entrevistador podía rastrear mi historial en internet (de hecho, mi poco común nombre hace muy fácil seguir mi rastro en la web, como pude comprobar algo más tarde
, y luego una segunda vez, hace poco tiempo).

Además, en esas entrevistas pude aprovechar que en aquella época, nuestros mayores (la generación anterior a la nuestra) tenían un muy buen concepto de los programas de intercambio, como ERASMUS o IAESTE, sin sospechar todavía que mucha parte del tiempo que pasamos allí no fue muy “productivo” en términos académicos. Una línea en nuestro currículum que recordaremos con una media sonrisa cínica, y una mirada perdida al infinito, cada vez que la leamos, durante el resto de nuestra vida. 




Los primeros álbumes de fotos digitales comienzan sobre el año 2003, con mi luna de miel. Uno de los regalos de la boda fue una cámara digital, dispositivos por aquel entonces en plena ebullición, antes de que fueran en pocos años completamente devoradas por las cámaras de los móviles. Y cambió radicalmente nuestra forma de hacer fotos, de almacenar recuerdos, nuestro criterio de “calidad” para conservar las fotos, y el volumen de fotos de nuestros álbumes digitales aumentó exponencialmente, siguiendo algo parecido a la Ley de Moore.

La última oportunidad que tuve de salir de fiesta sin dejar rastro fue mi despedida de soltero.  Ya algunos amigos tenían cámaras digitales, pero les prohibí traerlas (e increíblemente me hicieron caso), y así evité que mi mujer y mis hijos me vieran vestido de bailarina de ballet, con un tutú rosa.  A veces me arrepiento de no tener esas fotos, pero luego lo vuelvo a pensar, y llego a la conclusión que fue mejor así…


Bueno, ahora ya sabes dónde está el límite de la generación millennial: si muchas de estas anécdotas te suenan familiares, o si tienes algunas parecidas, seguramente no eres millennial.  Ahora piensa en los chavales que, después de ti, crecieron con Tuenti, o los niños que tienen publicadas infinidad de fotos de su infancia en el Facebook de sus padres, o los que consiguieron convertirse en un fenómeno viral con algún vídeo vergonzante publicado en Youtube (quizás por ellos mismos), o haciendo alguno de los estúpidos desafíos de Instagram.  No, tú no eres millennial.

Sin embargo, si muchas de tus anécdotas son contrarias a las mías, y no has podido evitar que fotos, vídeos y redes sociales hayan acompañado tu vida antes de que tuvieras suficiente madurez, tengo que decirte que te acercas peligrosamente a pertenecer a la generación millennial, y por tanto te debes exponer a las críticas y bromas de todos los que pertenecemos a otra generación. ¡Un respeto a tus mayores!