martes, 13 de diciembre de 2011

Ante la duda, la más tetuda

Siempre he tenido la duda de por qué a los hombres nos gustan tanto las tetas grandes; la increíble atracción que ejercen sobre nosotros los pechos voluptuosos, erguidos, esféricos.



Tiene que haber alguna explicación biológica que le de un poco de sentido a nuestra irracional atracción sexual hacia un órgano que en principio tiene otra función, la lactancia

Podríamos pensar que los hombres vemos subconscientemente en las mujeres de grandes pechos a unas buenas madres para nuestros futuros hijos.
Sin embargo, otras especies de primates ofrecen a sus retoños una lactancia copiosa y, sin embargo, sus hembras no presentan seños hemisféricos claramente definidos. En este particular, la hembra de nuestra especie es única entre los primates. Y debido a ello el acto de amamantar al hijo crea a las hembras de nuestra especie un problema mucho mayor que a la de las demás primates.
La dificultad del amamantamiento, llamada “lucha contra el pecho”, con la que suelen reaccionar algunos niños, da a menudo la impresión a la madre de que el niño no quiere chupar; pero en realidad significa que, a pesar de sus desesperados intentos, no lo hace porque se ahoga.  Una posición ligeramente inadecuada de la cabeza del niño contra el pecho puede ser causa de que quede tapada la nariz, y como tiene la boca llena, no puede respirar.  Lucha, no porque no quiera mamar, sino porque necesita aire.


Este tipo de problemas son causados por la forma sólida y redondeada de las mamas; basta observar el perfil de los pezones de goma elástica de los biberones para comprender cuál es la forma que funciona mejor. 

Esta forma es mucho más alargada y no se hunde en el gran hemisferio que causa tantas dificultades a la boca y a la nariz del niño.   




Su forma se asemeja mucho más al aparato de alimentación de la hembra del chimpancé.  Ésta tiene unas tetas sólo ligeramente hinchadas, pero incluso en plena lactancia su pecho es mucho más plano que el de la hembra de nuestra especie.


  

Pero alguna razón tiene que haber para que los pechos de las hembras de homo sapiens hayan evolucionado desde algo parecido a las mamas de un chimpancé a la sugerente forma hemisférica actual.

La selección natural tiene como resultado evolutivo la transformación de las especies gracias a la acumulación progresiva de variaciones. En el caso de la selección sexual humana, el proceso se da en los dos sentidos, a la hora de hacer una elección por parte de uno de los sexos de los mejores individuos del otro sexo.
Tanto hombres como mujeres tenemos numerosos mecanismos, que actúan a nivel subconsciente o subliminal, para elegir a la pareja que potencialmente traiga más ventajas a nuestra descendencia.

Así podemos encontrar una explicación biológica a cuestiones como por ejemplo cuál es la manera que vemos más atrayente o sexy de caminar:





La evolución de unos senos prominentes de piel desnuda parece constituir otro ejemplo de señal sexual. Además de su forma ostensible, sirven también para concentrar la atención visual en los pezones y hacer más visible la erección del pezón, así como el oscurecimiento de la aureola pigmentada alrededor del pezón, efectos que se producen en la mujer durante la excitación sexual.

Una de las más admitidas teorías parte de la hipótesis de que las hembras humanas fueron progresivamente atrayendo a los machos hacia una postura de cópula frontal (la del misionero, vamos)
La aproximación frontal proporciona la máxima posibilidad de estímulo del clítoris de la hembra durante los movimientos pelvianos del macho.
Si aceptamos esta hipótesis, podemos llegar a concluir que los pechos se desarrollaron a través del proceso de autoimitación sexual.

Debió de haber un tiempo, en época de nuestros remotos antepasados, en que se empleó la aproximación por detrás. Supongamos que hubiésemos llegado a la fase en que la hembra incitaba sexualmente al macho desde atrás, con un par de carnosas nalgas hemisféricas (que, digámoslo de paso, no se encuentran en ninguna otra especie de primates)
Supongamos que el macho hubiese adquirido una fuerte sensibilidad sexual para responder a estas señales específicas. Supongamos que, llegada a este punto de su evolución, la especie se volviese cada vez más vertical y orientada de frente en sus contactos sociales. En esta situación, cabría esperar que encontrásemos alguna especie de autoimitación frontal. Si la hembra de nuestra especie tenía que atraer eficazmente la atención del macho sobre su parte frontal, la evolución tenía que hacer algo para que la región frontal resultara más estimulante. Si observamos las regiones frontales de la hembra de nuestra especie, ¿podremos descubrir alguna estructura que sea posible imitación de la antigua exhibición genital de las nalgas hemisféricas?
La respuesta aparece con la misma claridad que el propio pecho de la hembra. Los
senos protuberantes y hemisféricos de la hembra son, seguramente, copia de las carnosas nalgas. El pobre macho de nuestra especie, obligado ya a responder sexualmente a estas señales cuando procedían de la parte posterior de la región genital, se vio sutilmente atraído hacia la región frontal, con el único y malévolo objetivo de las hembras de obtener mayor placer sexual.

Según esta teoría, el seno femenino es, perdonadme por la expresión, un culo en mitad del pecho. 


Existen otras teorías no tan elaboradas o admitidas.  Por ejemplo, a comienzos de la década de los 70 Elaine Morgan presentaba los pechos de Eva al Desnudo como la prueba de que hubo una fase acuática de la evolución de nuestra especie, a diferencia de otros primates. Defendía que la evolución de unos pechos desnudos protuberantes sirvieron para que se cogieran las crías.  También especulaba sobre si los pechos habrían servido de flotadores para aquellos simios ribereños.

Otros estudios defienden que la elección de hembras con pechos prominentes podrían haber seguido la siguiente selección evolutiva:
1. Los pechos grandes como señal de buen estado de nutrición de la mujer. En el pasado, la búsqueda de sustento era mucho más difícil que en la actualidad y no eran raros los casos de hambruna o déficits nutritivos. Una mujer con unos pechos grandes (recordemos que se asocia a abundante grasa) era una señal de un buen estado de nutrición
2. Los pechos grandes como señal de ovulación. A lo largo del ciclo menstrual, los pechos van sufriendo variaciones visibles en su volumen. Normalmente, su mayor volumen suele ser durante la ovulación, momento durante el cual la mujer puede quedarse embarazada. Debido a que la hembra femenina no muestra unas señales evidentes de la ovulación, el aumento de volumen de los pechos se convertiría en una señal que avisara al varón de ese momento

Como todo esto no son más que teorías, yo también voy a lanzar la mía: nuestros antepasados ya conocían el dicho popular del título de esta publicación. Al fin y al cabo, los dichos populares son más antiguos de lo que nadie puede imaginar.  Cuando el macho de protohumano tenía que seleccionar pareja, una vocecita venía a su mente, suave, pero insistentemente:




--> ANTE LA DUDA... ¡LA MÁS TETUDA!



P.D. Si quieres profundizar más, te aconsejo esta publicación en la que se responde de forma sencilla a cosas como: ¿por qué las mujeres os fijáis primero en el culo de los hombres? o ¿por qué pintarse los labios es una señal sexual?

Y también recomiendo la obra original de Desmond Morris, El Mono Desnudo, donde desarrolla todas estas teorías.
 


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