-->
-->
La señora Terseiña me hizo un corte de pelo impecable, todo a tijera, y aprovechó la ocasión para reñirme de forma maternal por lo desaliñado que llevaba el pelo.
Hoy me encuentro
especialmente desolado por los efectos de esta omnipresente crisis. Siempre intento ser optimista, y cuando
escribo intento en lo posible evitar caer en el argumento que está en boca de
todos, en todas las facetas de la vida, desde la conversación de ascensor,
hasta las reuniones al más alto nivel como el foro de Davos: la crisis económica.
Pero hoy me
siento obligado a dedicarle un breve post a esta jodida crisis, a lo
desgarradora que puede llegar a ser en los pequeños detalles. Sin un sólo número, sin una sola cifra. Con una simple anécdota.
Los que me conocéis
sabéis que a pesar de trabajar en Barcelona vengo muy a menudo, a veces demasiado a menudo, a Vigo por cuestiones de trabajo. Ha habido épocas en las que las continuas
visitas me impedían, por supuesto, disfrutar de mi familia, pero también realizar
las más básicas tareas. Como por
ejemplo, cortarme el pelo.
Una de estas
veces, harto de no encontrar hueco para ir a la peluquería entre viaje y viaje,
decidí cortármelo directamente allí, en Vigo, en la primera peluquería que encontrara.
Y en el humilde y obrero barrio del puerto de Vigo encontré un letrero, muy
antiguo por cierto, que indicaba que allí había una peluquería. No sin dudas, decidí pararme y entrar en el
local.
En ese momento me
pareció trasladarme cincuenta años al pasado, ya que el diminuto local se parecía
más a una barbería, de las de navaja afilada en cuero, y piedra de sal para
taponar las pequeñas heridas, que a una peluquería moderna. El increíble olor a antiguo completaba la
postal, inconfundible, que satura inmediatamente la nariz, y que me hizo rememorar
historias del pueblo, el Baron Dandy de mi abuelo, o la laca Fixonia de mi
abuela.
Despertándome de
mis ensoñaciones, se dirigió a mi una señora todavía no anciana, pero con pinta
de llevar en ese rinconcito del puerto de Vigo toda la vida. Inmediatamente me sentó en
esas sillas de barbero que crujen lastimosamente ante el mínimo movimiento.
-->
Supe su nombre,
Teresa Figueroa, por dos visitas que recibió mientras estuve allí; la primera fue
de un joven trajeado, casi un adolescente al que se le notaba la falta de
experiencia al hablar y a la hora de llenar el traje con un mínimo de estilo
(de percha, dirían algunas), que preguntó por la señora Figueroa, e intentó
venderle una línea de productos de peluquería que evidentemente no interesaron,
porque habrían destrozado el cuadro general de la peluquería; la segunda visita
fue de una señora muy mayor, indudablemente clienta asidua de la peluquería,
que a pesar de llevar una imperturbable permanente le dijo a Teresiña (o Teresinha),
si le podía guardar un hueco el Sábado, que se le casaba una sobrina, y quería
darse un retoque.
La señora Terseiña me hizo un corte de pelo impecable, todo a tijera, y aprovechó la ocasión para reñirme de forma maternal por lo desaliñado que llevaba el pelo.
Pues hoy, después
de un tiempo sin haber pisado la peluquería de la señora Teresiña, iba decidido a volver a entrar,
dejar que me volviera a reñir, y desconectar el móvil, y dejar por unos minutos el infernal
ritmo al que nos lleva la forma híper tecnológica de trabajar de hoy en día. Y
en el local donde esperaba ver la perenne silla de barbero y las estanterías
con productos retro, he encontrado un local vacío con un cartel de “Se traspasa”.
Sin más señas que un teléfono.
La desolación, y
supongo que mis dudas sobre si parar el coche o no, han hecho que casi me
embistiera por detrás un enorme camión que iba o venía ajetreado del a esas
horas bullicioso puerto. En ese momento,
la oportuna radio ha comenzado a emitir “Show must go on”, de Queen, para
añadirle más dramatismo al momento. Aunque
pueda parecer una licencia literaria, es exactamente así como ha sido, en ese
mismo momento, hundiéndome más en mis oscuros pensamientos.
No hay
derecho. No nos pueden quitar hasta esos
momentos. Maldita sea, si seguimos así
esto va a acabar con nosotros. Durante
varios años he presenciado muchos casos de empresas que despedían a gente, o
simplemente cerraban, entre mis clientes. Personas con las que había tenido más o menos
contacto durante años, de repente me decían “se acabó”, me voy a la puta calle,
y a ver quién encuentra algo ahora, con la edad que tengo. Pero la tristeza que he sentido por todos
ellos no se parece en nada a lo que he sentido hoy.
Rabia, frustración,
indignación, porque la señora Teresiña no iba a poder reñir a nadie más por llevar el
pelo tan desaliñado.
Hay días en los
que la crisis se hace muy cuesta arriba...
Servet; intentaré que alguien me enseñe como un lector se hace seguidor de un "bloguero" y cuando lo sepa te seguiré!.... me gusta como escribes.
ResponderEliminarLas historias cotidianas y bien escritas nos hacen reflexionar, aunque no es muy cotidiano ver un Ingeniero Maño que trabaja en Barcelona cortandose el pelo en una "barbería" del puerto de Vigo, pero supongo que así es la vida.
Un abrazo, enhorabuena y cuéntame más...
Gracias Eduardo, me anima mucho leer comentarios como el tuyo.
EliminarNo soy un "escritor" muy disciplinado: no sigo unos temas fijos, ni tampoco con una frecuencia fija, pero de vez en cuando seguiré poniendo, negro sobre blando, en limpio mis pensamientos.
Un abrazo!