Nunca he sido supersticioso,
ni he creído en las profecías sobre el fin del Mundo. Ni la de los Mayas, ni ninguna otra. Pero, ¿y si fuera cierto? ¿y si éste fuera el
último fin de semana del Mundo, tal y como lo conocemos?
Pongamos que un
asteroide similar, de unos 10 kilómetros de diámetro, se dirige en trayectoria
de colisión con nuestro planeta. Si te
quieres hacer una idea de su tamaño, recuerda que la montaña más alta del
Mundo, el monte Everest, tiene una altura de unos 9 km desde su base, a nivel
del mar.
Impactará exactamente el
próximo 21 de Diciembre, justo sobre la ciudad de Madrid. A mis amigos
catalanes que están disfrutando sólo de pensar en el sitio elegido, les animo a
que sigan leyendo, y verán como no les parece tan buena noticia.
El asteroide entraría en
la atmósfera terrestre a tal velocidad que el aire no podría quitarse de en
medio debajo de él y resultaría comprimido como en un bombín de bicicleta. Como
sabe cualquiera que lo haya usado, el aire comprimido se calienta muy deprisa,
y la temperatura se elevaría debajo de él hasta llegar a unos 60.000 grados, o
diez veces la temperatura de la superficie del Sol. En ese instante de la
llegada del meteorito a la atmósfera, todo lo que estuviese en su trayectoria (el
Bernabeu, el Museo del Prado, la Torre Picaso, el parque del Retiro... todo) se
arrugaría y se esfumaría como papel de celofán puesto al fuego.
Un segundo después de
entrar en la atmósfera, el meteorito chocaría con la superficie terrestre, allí
donde los madrileños habrían estado un momento antes dedicados a sus cosas.
El impacto, como puedes
imaginar, sería enorme. Golpearía con la fuerza de 100 millones de
megatones. No es fácil imaginar una explosión así, pero si hicieses
estallar una bomba del tamaño de la de Hiroshima por cada persona viva en la
Tierra, hoy aún te faltarían unos mil millones de bombas más para acercarse a
la potencia de este impacto.
El meteorito propiamente
dicho se evaporaría instantáneamente, pero la explosión haría estallar mil
kilómetros cúbicos de roca, tierra y gases supercalentados. Todos los seres
vivos en 250 kilómetros a la redonda a los que no hubiese liquidado el calor
generado por la entrada del meteorito en la atmósfera perecerían entonces con
la explosión.
Se produciría una onda
de choque inicial que irradiaría hacia fuera y se lo llevaría todo por delante
a una velocidad que sería casi la de la luz.
Para quienes estuviesen
fuera de la zona inmediata de devastación, el primer anuncio de la catástrofe
sería un fogonazo de luz cegadora (el más brillante que puedan haber visto ojos
humanos), seguido un minuto o dos después por una visión apocalíptica de
majestuosidad inimaginable: una pared rodante de oscuridad que llegaría hasta
el cielo y que llenaría todo el campo de visión desplazándose a miles de kilómetros
por hora. Se aproximaría en un silencio hechizante, porque se movería mucho más
deprisa que la velocidad del sonido.
A los que se hallasen a
una distancia de hasta 1.500 kilómetros les derribaría y machacaría o cortaría
en rodajas una ventisca de proyectiles voladores. Toda la vida en la península
ibérica quedaría devastada en menos de 10 minutos, dejando un mapa muy
diferente al que conocemos, con un profundo cráter de unos 170 kilómetros de
diámetro en su centro.
Después de esos 1.500
kilómetros iría disminuyendo gradualmente la devastación.
Pero eso no es más que
la onda de choque inicial. El impacto desencadenaría casi con seguridad una
serie de terremotos devastadores. Empezarían a retumbar y a vomitar los
volcanes por todo el planeta. Surgirían maremotos que se lanzarían a arrasar
las costas lejanas. Al cabo de una hora, una nube de oscuridad cubriría toda la
Tierra y caerían por todas partes rocas ardientes y otros desechos, haciendo
arder en llamas gran parte del planeta. Se ha calculado que al final del primer
día habrían muerto mil millones y medio de personas como mínimo.
La suerte del resto de
la población mundial sería sólo relativa. Sólo significaría «elegir una muerte
lenta en vez de una rápida».
El número de víctimas
variaría muy poco por cualquier tentativa plausible de reubicación, porque
disminuiría universalmente la capacidad de la Tierra para sustentar vida. La cantidad de hollín y de Ceniza flotante
que producirían el impacto y los fuegos siguientes taparía el Sol sin duda
durante varios años, lo que afectaría a los ciclos de crecimiento. El clima de
la Tierra se vería drásticamente afectado durante unos diez mil años.
Y recuerda que el hecho
se produciría con toda probabilidad sin previo aviso, de pronto, como caído del
cielo.
Pero supongamos que hubiéramos
visto llegar el objeto. ¿Qué haríamos? Todo el mundo se imagina que enviaríamos
una ojiva nuclear y lo haríamos estallar en pedazos. Pero se plantean algunos
problemas en relación con esa idea. Primero, nuestros misiles poseen el empuje
necesario para vencer la gravedad de la Tierra y no están diseñados para operar
en el espacio; no hay ningún mecanismo para guiarlos a lo largo de las decenas
de millones de kilómetros del espacio.
Aún hay menos
posibilidades de que consiguiésemos enviar una nave tripulada con vaqueros
espaciales para que hiciesen el trabajo por nosotros, como en la película
Armagedón; ni siquiera disponemos ya de un cohete con potencia suficiente para
enviar seres humanos hasta la Luna.
Incluso en el caso de
que consiguiéramos de algún modo lanzar una ojiva nuclear contra el asteroide y
hacerlo pedazos, lo más probable es que sólo lo convirtiésemos en una sucesión
de rocas que caerían sobre nosotros una tras otra como el cometa Shoemaker
sobre Júpiter... pero con la diferencia de que las rocas se habrían hecho
intensamente radiactivas.
Ni siquiera un aviso con
un año de antelación sería suficiente para una actuación adecuada. Pero lo más
probable es que no viésemos el objeto -ni aunque se tratase de un cometa- hasta
que estuviese a unos meses de distancia, lo que sería con mucho demasiado
tarde.
En definitiva, el día
que la trayectoria de la Tierra y de un asteroide semejante se crucen, sea el
21 de Diciembre de 2012 o no, no podremos hacer nada. Más vale que disfrutemos este fin de semana al
máximo, por si es el último.
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