A veces me sorprende la
extraordinaria reticencia de algunos en ceder el poder. Hablo de la monarquía
española, pero lo mismo se podría aplicar a muchas otras personas que ostentan
cargos de responsabilidad o poder en muchos otros ámbitos: empresas,
organizaciones, etc.
El caso de nuestro
monarca me parece especialmente representativo: el poder de la actual monarquía
parlamentaria es realmente insignificante; su sucesor en el cargo es conocido
desde hace mucho tiempo, y además goza de su absoluta confianza; la línea
sucesoria, más allá de su sucesor directo, está ya garantizada. Entonces,
¿por qué no abdica el Rey en su hijo de una vez, y se dedica a disfrutar
de su dorada (y Real) jubilación?
Retirarse voluntariamente
de un cargo, aunque sea honorífico, tiene varias dificultades: primero, reconocer
que tu tiempo ha pasado ya, que tu sucesor tiene mucho más que aportar que tú, que
los métodos que tú utilizaste eficazmente en el pasado no funcionan en la
actualizad; reconocer, en definitiva, que el Mundo ha cambiado demasiado, y que
estás demasiado viejo para adaptarte.
Segundo, elegir el mejor momento para retirarte. Posponer la decisión de retirarse hasta tener
solucionados algunos pequeños detalles que no te terminan de gustar, y que más
adelante esos detalles no sólo no se solucionen, sino que vayan en aumento,
puede ser una indicación clara de que no estás reconociendo con claridad el
punto anterior, es decir, que tu tiempo ha pasado ya.
La Casa Real española tiene
un gabinete para sondear la opinión pública sobre la aceptación de la propia
institución de la monarquía. Existen
varios factores que pueden afectar a dicha aceptación: por supuesto, existe en
España una evidente tensión, sobre todo desde los territorios más
nacionalistas, y desde los partidos de izquierda, hacia la nueva instauración
de la República. Esta tensión se anuló eficazmente durante la transición a
través de la figura personal de Juan Carlos I.
Su cercanía al pueblo, y su posicionamiento en momentos clave de dicha
transición (la elección de Adolfo Suárez como presidente, y su posición de
fuerza para anular el golpe de estado del 23F son sólo dos ejemplos) han hecho
que don Juan Carlos goce de la confianza de la mayoría.
Pero su figura está sufriendo
el desgaste lógico del paso del tiempo.
Hace tiempo que se debe estar planteando si debe o no abdicar en su hijo
Felipe, y cuándo hacerlo.
Ciertamente,
los acontecimientos que rodean a la Casa Real durante los últimos años no se lo
están poniendo nada fácil. Sólo por
citar algunos casos que le hayan podido llevar a posponer su decisión están:
- La polémica retirada
de la portada de la revista El Jueves
- La famosa salida de
tono con el “Por qué no te callas"
- La evidente (presunta,
quería decir) corrupción del yerno Iñaki Urdangarin
- Las muy criticadas
vacaciones del Rey en Botswana para cazar elefantes
De momento, los únicos
que se han librado de situaciones que dañaran su reputación son precisamente
los herederos al trono, Felipe y Letizia. Aparte, claro está, de la discreta
reina doña Sofía. Esto podría acelerar la decisión del Rey en ceder el relevo,
y mantenerse en un discreto segundo plano. Pero existe la creencia de que
Felipe no goza de la misma popularidad de su padre. Muchos dicen que en España
somos Juancarlistas, pero no monárquicos.
Esta exaltación de Juan Carlos I
ha sido adoptada con naturalidad por un amplio espectro de la población,
incluidos notables republicanos, hasta el extremo que muchos partidarios de la
monarquía se muestran incapaces de hacer una defensa coherente de la
institución. Es más fácil ensalzar la figura de un rey que defender la
institución que encarna. Pero también es
mucho más peligroso. Bastará con que ese
rey empiece a chochear, o a meter la pata, para que la adulación se convierta
en sátira, y en definitiva en un ataque corrosivo para la monarquía.
Parece que nuestro Rey no es consciente de este
peligro. Tampoco su gabinete parece
saber aconsejarle sobre los beneficios de ceder el trono. En unas declaraciones recientes, la reina Sofía afirmó que ”don Juan
Carlos no piensa en abdicar porque para que la Monarquía en España se afiance
se necesita que se escuche esa tradicional frase: El Rey ha muerto. Viva el Rey”
Por tanto, parece que la Su Majestad no tiene la misma opinión que yo sobre la mejor manera de afianzar la joven monarquía parlamentaria española. Su receta es recurrir a frases y costumbres de la Edad Media. Espero pues, por su bien, que no se produzca un proceso de desgaste como el que he descrito anteriormente. Que la opinión pública vaya aceptando de manera condescendiente el inevitable paso del tiempo sobre su jefe de estado.
Pero me temo que, si ya a día de hoy ya hay un gran desconocimiento sobre el importante papel que juega el Rey en las relaciones diplomáticas al más alto nivel, y su trabajo en beneficio de los intereses de nuestro país, conforme Don Juan Carlos se vaya convirtiendo en un viejecito cada vez más limitado y más delicado de salud, la sensación general de que se trata de un cargo inútil y prescindible irá en aumento.
Pero me temo que, si ya a día de hoy ya hay un gran desconocimiento sobre el importante papel que juega el Rey en las relaciones diplomáticas al más alto nivel, y su trabajo en beneficio de los intereses de nuestro país, conforme Don Juan Carlos se vaya convirtiendo en un viejecito cada vez más limitado y más delicado de salud, la sensación general de que se trata de un cargo inútil y prescindible irá en aumento.
Vaya papelón para el
príncipe Felipe, si el día que haya que gritar la famosa frase, el clamor popular la cambie por otra muy diferente:
El Rey ha muerto. ¡Viva la República!
No hay comentarios:
Publicar un comentario