El otro día
conocí a una verdadera heroína, una persona que me causó una profunda
impresión. Un verdadero ejemplo para mis
hijas, de que el esfuerzo y la constancia en cualquier cosa que te propongas
tiene su recompensa en el momento que llegas a lo más alto. Pero también una dura lección para la que
creo que todavía no están preparadas.
Esa persona se
llama Sheila Herrero. Para los que no la conozcáis, se trata nada menos que,
por palmarés, la mejor deportista aragonesa de toda la Historia, incluso se
puede decir que es la deportista española (hombre o mujer) con más títulos
mundiales a sus espaldas, un total de 15 veces campeona del Mundo en patinaje de velocidad en línea. Sheila se puso
a patinar con tan sólo cuatro años, y lo convirtió en su forma de vida hasta
que se retiró a los veintisiete años, con un total de 340 títulos. Incluso llegó a superar una grave lesión de
clavícula, para ganar sus últimos 5 títulos mundiales.
Lamentablemente,
Sheila eligió un deporte que ella amaba, pero que no tenía la repercusión
mediática de otros como el fútbol, el baloncesto o el tenis. Se puede decir que
era un deporte “castigado”, porque estaba reconocido por el COI, pero no estaba
incluido en Juegos Olímpicos. Una pena,
porque seguro que Sheila nos habría conseguido unos cuantos oros, para ampliar
el raquítico palmarés español. Pero nada
de eso pudo con el tesón y la ilusión de Sheila, y llegó a ser reconocida como
una de las mejores patinadoras del mundo, premiada con el galardón “Aragonés
del Año”, incluso galardonada con la Medalla de Oro al Mérito Deportivo de la
Casa Real.
Uno puede esperar
encontrar a una deportista de élite de este nivel en alguna charla para
difundir los valores del deporte, con algún cargo honorífico en algún organismo
público ligado a la competición deportiva, o algo similar. Pues no, mis hijas y yo nos encontramos a
Sheila trabajando en la pista de hielo de un centro comercial de Zaragoza. No creo que ella piense que se trata de un
trabajo denigrante, puesto que lo realizaba con profesionalidad y con una gran
sonrisa. Pero no puedo evitar pensar que
es una gran injusticia que cualquier futbolista que juegue en Primera División,
no hace falta que sean las estrellas de Barça o Madrid, cualquiera, pueda
retirarse de la competición sin otra ocupación que rascarse los huevos a diario
hasta el final de sus días.
Cuando recuerdo
el brillo en los ojos de Sheila cuando la reconocimos (incluso en Zaragoza debe
pasar desapercibida, supongo) y la sonrisa que me dedicó cuando les dije a mis
hijas que era “muchas veces campeona del mundo”, me hierve la sangre al pensar
en los méritos que han hecho niñatos malcriados como Neymar, o engreídos como
Cristiano Ronaldo, para merecer el reconocimiento mundial que tienen, y por
supuesto los indecentes sueldos que reciben.
Cuando,
explicándole a mis hijas que tenía que entrenar muy duro, ella me reconoció que
eran 11 horas diarias, no pude evitar pensar en las protestas de futbolistas,
entrenadores incluso de periodistas, cuando sus jugadores mimados tienen que
encadenar dos partidos a la semana durante un periodo de uno o dos meses.
Esta injusticia
es demasiado grande para que se la pueda intentar justificar a mis hijas. No la pueden llegar a entender. No la entiendo ni yo mismo. Pero me quedo con la ilusión con que te
escucharon, la sonrisa con la que te hiciste una foto con nosotros, y la
alegría con la que mi hija mayor le explicaba a sus amigas que “había conocido
a una chica famosa”. Para mí eso tiene
mucho más valor que si hubiera conseguido un autógrafo de Messi o de Fernando
Alonso.
Gracias, Sheila.
100% correcto. Está en Puerto Venecia, y como dices, con gran profesionalidad...
ResponderEliminarUn gran aragonesa...